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Definitivamente la había cagado. Me dio tanto miedo que Lara pudiese estar con mi hermano —o con cualquier otro que no fuese yo—, que no pensé en lo que estaba haciendo. Y no se me ocurrió otra cosa que ir a las cinco de la mañana a impedir que algo ocurriese entre ellos, además, de la peor forma posible. Me había comportado como un auténtico capullo con ella porque, realmente ¿quién era yo para juzgarla o molestarme porque siguiese con su vida y conociese a otros hombres? Pues un idiota que estaba loco por ella y que no tenía el valor de enfrentarse a su familia para hacer lo que realmente deseaba, que era estar con ella aunque fuese solo para conocerla.

Durante el trayecto en coche hacia a casa de su amigo Jorge, donde se encontraría Carla para darle las llaves de su apartamento, no hablamos nada. Sentí el ambiente más que cargado entre ambos. Sin embargo, no pude dejar de mirarla. Las mejillas sonrosadas por el alcohol, su pelo ligeramente despeinado y la forma en la que no dejaba de morderse el labio —sin mencionar lo preciosa que iba vestida— eran algo difícil de obviar.

Estuvo casi todo el camino escribiendo en su móvil. Cuando llegamos a la dirección que me había indicado, el único momento en el que escuché su dulce voz, su amiga ya estaba en el portal esperando. Obviamente se extrañó al verme, y cuando Lara se bajó del coche más bien para huir de mí que para ir con su amiga, esta le dijo algo para después mirarme con mala cara. No sé qué fue lo que le dijo, pero seguro que algo completamente justificado y merecedor de querer darme un puñetazo con la mirada.

Cuando volvió a subir a mi coche, soltó un largo suspiro y sentí caer sobre mis hombros la incomodidad y el enfado que Lara sentía en ese momento hacia a mí. Debía hacer algo si no quería dejarla en su casa estando tan enfadados y distantes. Pese a ser orgulloso a más no poder, debía disculparme con ella.

—Lo siento —solté.

Ella me miró de una forma tan gélida y dura que incluso me llegó a provocar un escalofrío.

—¿El qué, exactamente? —preguntó ella con inteligencia. En realidad, tenía mucho por lo que disculparme.

—Joder, pues por haberte tratado mal esta noche, como si no tuvieses derecho a estar con otros —conseguí decir aunque sonando cabreado.

—Espero que ese enfado que tienes sea contigo mismo —soltó ella girándose de nuevo para mirar hacia al frente, cruzándose de brazos­­.

—Lo es —me sinceré—. Me he comportado como un estúpido contigo hoy y también el día de la fiesta.

Nos volvimos a quedar en silencio. Nunca se me había dado nada bien disculparme y la actitud de Lara solo provocaba que sintiese miedo de perderla de verdad. A pesar de saber que si no hacía nada así iba a ser, las palabras no lograban salir de mi boca y tampoco sabía cómo hacer para que lograse entenderme.

Sin tiempo a poder pensar más, llegamos a su casa. Allí aparqué el coche en un hueco que había a pocos metros de la entrada, pero a pesar de parar el motor ella no se bajó. Se puso recta en el asiento y luego, tras parecer coger aire, se giró de nuevo hacia a mí, mirándome entonces con una brizna de decepción en sus ojos. Y vaya si dolía.

—Realmente has sido un capullo casi desde el día en el que te conocí, Enzo —me soltó con razón—. Esta noche no tenías ningún derecho a hacer lo que has hecho. Igual que tampoco merecía que el tío con el que estaba hablando en su sofá fuera tu hermano. ¿Por qué narices tienes que estar en todas partes? —preguntó ella casi como algo retórico que la molestaba a más no poder.

—Eso no es mi culpa, Lara ­—le hice saber provocando que suspirara­—. Pero sí lo es que mi familia sea como es y tenga que cumplir con mis responsabilidades.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora