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Menuda noche.

Cuando mis ojos se abrieron, el sol iluminaba la estancia por completo y estaba segura de que pasábamos el mediodía. A medida que fui despejándome, sentí un fuerte dolor de cabeza, seguramente debido al alcohol de garrafón que había bebido la noche anterior. Pero lo que más me impactó y provocó que acabase por despertarme, fue sentir unos cálidos y fuertes brazos abrazar mi cuerpo semidesnudo.

Enzo se había quedado a dormir y todas las imágenes de la noche vinieron a mi mente: Víctor, Jorge y Carla abandonándonos en la discoteca, yo en casa de Víctor que resultó ser el hermano de Enzo... y él, viniendo enfadado y acabando por llevarme a casa, donde me dijo aquellas palabras con las que incluso había soñado.

«Tú podrías ser ese motivo», recordé.

Una sonrisa se escapó de entre mis labios sin poder evitarlo. Justo en ese momento, Enzo se removió en la cama, gruñendo y acercando mi cuerpo al suyo; abrazándome como si no quisiera que me fuera. Sin embargo, no parecía haberse despertado y yo me moría por ir al baño y tomarme un analgésico. Con sumo cuidado y lentitud, aparté su brazo de mi cuerpo y conseguí levantarme sin despertarle. Antes de ir a asearme me lo quedé observado, y es que se veía tremendamente sexy incluso durmiendo y con el pelo completamente despeinado.

Ya en el baño, después de asearme, de hacer mis necesidades y de tomarme la pastilla, me tapé un poco con una bata de satén que solía ponerme cuando me depilaba. Me sentía demasiado expuesta yendo solo con un tanga aún sabiendo que Enzo ya me había visto más de una vez desnuda.

Cuando abrí la puerta para volver a la habitación, justo en el mismo momento en el que aproveché para echarle un último vistazo a mi imagen en el espejo, me tope con un cuerpo duro. Al levantar mi mirada, me encontré con la de Enzo medio cerrada todavía por el sueño, pero observándome con intensidad.

—No he dicho que pudieras levantarte aún —comentó con una voz ronca que erizó mi piel.

—Tenía que ir al baño. Además, tú no decides cuando... —Lo siguiente que salió de mi boca fue un grito. Enzo me alzó y con un solo brazo me alzó sobre su hombro como si fuese un saco de patatas. Sin embargo, no pude reprimir una risa.— ¿Qué haces? —pregunté entre risas.

—Volvemos a la cama —informó simplemente.

Sin más, dejó mi cuerpo con cuidado encima del colchón y enseguida le tuve nuevamente detrás de mí, con su pecho desnudo sobre mi espalda y su brazo atrayéndome a su cuerpo para aprisionarme con el mismo. Sentí cómo aspiraba mi aroma, suspirando después.

—Mmm... —murmuró hundiendo su nariz en mi pelo—. Hueles muy bien.

Reí al sentir las cosquillas que se propagaron junto a fuertes escalofríos desde mi nuca a cualquier parte de mi cuerpo. Jamás nadie había provocado aquellas agradables sensaciones en mi cuerpo con tanta facilidad.

—Gracias —dije al fin.

—No me gusta que te hayas puesto esa bata, pero en fin. Supongo que no se puede tener todo —acabó diciendo en un bostezo.

Estuvimos varios minutos más abrazados, fluctuando entre agradables silencios y conversaciones divertidas. Sin embargo, eso desapareció en cuanto escuchamos la puerta del apartamento cerrarse con fuerza. Me asusté, mirando el reloj que había en la mesita de noche comprobando que era demasiado pronto para que Carla llegase, pero así era.

—Ya estoy aquí, Lara —saludó mi amiga y compañera­—. Espero que no estés con ese idiota de Enzo o voy a enfadarme mucho.

—Mierda... —musité levantándome con rapidez.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora