20

11.5K 596 106
                                    


Menudo asco de tarde había pasado. Después de dejar a Lara en aquel evento al que tenía que asistir con su madre, me vine a casa y comencé a hacer llamadas urgentes a algunos socios. Estuve horas hablando con varios de ellos e incluso haciendo videoconferencias y, para colmo, el socio chino con el que hablé en último lugar tuvo que comunicarse conmigo mediante un traductor, pues al parecer no entendía el inglés. Eso me llevó el doble de tiempo del que había calculado. ¡Ojalá me hubiese podido quedar con Lara, aunque fuese en aquella subasta! Al menos hubiese estado con ella.

Eran las diez de la noche cuando pude sentarme y relajarme en el sofá. Enseguida vino Lara a mi mente. Comenzaba a ser una costumbre el tenerla a todas horas en mis pensamientos y no pude resistirme a llamarla. Sin embargo, y pese a probarlo en varias ocasiones, no contestó. Seguramente debería seguir en aquel lugar y tan solo esperaba que estuviese pasándoselo mejor de lo que ella pensaba, pues no la vi especialmente con ganas de estar allí.

Un rato después, casi a medianoche, el sueño comenzó a hacer acto de presencia en mis pesados párpados. Y es que aquel día había sido bastante intenso —aunque sin ninguna duda me quedaba con las horas que pude compartir con la mujer que tantos pensamientos era capaz de robarme y cuya simple sonrisa podía alegrarme el día—.

Decidí enviarle un mensaje. No quería ser demasiado empalagoso o pesado, pero quise hacerle saber lo mucho que me había encantado comer y pasar parte de la tarde con ella, que pensaba en ella y las ganas que tenía de volver a estar juntos. Cierto era que, al principio, todo se simplificó en una fuerte e intensa atracción física y sexual, pero algo dentro de mí sabía que lo que sentía por ella, aunque a penas la conociese todavía, ya era mucho más que eso.

Sí, Lara me estaba enamorando. Ese fue el último pensamiento con el que me fui a dormir y con el que conseguí tener un plácido sueño que, desde que la conocía, parecía estarme acompañando más noches de las que estaba acostumbrado.

Cuando desperté a la mañana siguiente —pronto, pues debía ir a trabajar—, comprobé cómo Lara había leído mis mensajes. Sin embargo, no había ninguna respuesta. Pensé que seguramente llegó agotada a casa y no pudo ni contestarme. Incluso sonreí al imaginarla, leyéndolos y quedándose dormida sobre su cama.

El día fue bastante duro. El no haber ido a trabajar el día anterior, al ser festivo pero teniendo socios de todas los rincones del planeta —en algunos de los cuales no se celebraba la Navidad—, hizo que tuviese más trabajo de lo normal. No obstante, aquella mañana me sentí con energía y bastante productivo. Calculé que antes de las cinco de la tarde podría estar fuera. Cuando fueron las dos y media, a punto de irme a comer, alguien llamó a mi puerta.

—Adelante.

Lo que vi no me agradó demasiado. Hubiese preferido incluso que fuese Mateo y viniese a tocarme las pelotas un rato, pero quienes entraban por la puerta eran mi madre y Julia, mi supuesta prometida.

—Hola, hijo. Venimos a hacerte una visita —saludó mi madre con una falsa sonrisa.

Me fijé en Julia. En cuanto mis ojos se encontraron con los suyos, desvió su mirada. No parecía estar demasiado cómoda y algo me decía que mi madre la había obligado a venir.

—Hola. Gracias por la visita, pero tengo mucho trabajo, mamá —mentí.

—Vamos, hijo... Julia ha traído algo para que comáis —insistió mi madre—. Deberíais comenzar a pasar más tiempo juntos. ¡Vais a compartir vuestras vidas!

—Mamá, por favor —la advertí.

No quería volver a repetir cuál era mi postura sobre aquel asunto y mucho menos delante de aquella chica. Ella no tenía la culpa de nada.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora