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Mis ojos se abrieron poco a poco debido a la cantidad de luz que entraba por el ventanal. Durante unos segundos, me sentí algo desorientada, pero en cuanto noté una profunda respiración detrás de mí y un hercúleo brazo abrazándome por la cintura, recordé que la noche anterior había accedido a ir con Enzo a su piso.

«Menuda cagada», pensé. Era cierto que había sido una velada estupenda, con una buena cena, conversaciones amenas y un sexo de infarto, pero Enzo seguía estando prometido y contra más tiempo pasara con él, peor sería después.

Y es que ¿qué esperanza de vida tenía una relación en la que mi única meta era ser la amante de alguien que ya estaba comprometido? Para mí, ninguna, así que debía irme de allí cuanto antes, bloquear su número de teléfono y decirle al conserje de mi edificio que no dejara pasar nunca a ningún hombre extremadamente atractivo, varonil y sexy como él.

Cierto es que me sentí demasiado a gusto con Enzo abrazándome mientras seguía dormido. Y no mentiré si digo que no pude resistirme a eso, decidiendo disfrutar un poco más de su contacto, de su calor, de su musculoso brazo sobre mi cintura, su pectoral desnudo sobre mi espalda y su cálido aliento sobre mi cabeza, pero antes de que se hiciera demasiado tarde debía irme de allí.

Muy a mi pesar, cogí el brazo del tío que tanto me había hecho disfrutar la noche anterior y lo aparté de mi cuerpo con cuidado, logrando no despertarle. Inmediatamente después fui al baño a arreglarme y lavarme un poco para después buscar mi ropa por toda la habitación.

No encontré mi tanga, pero me dio igual. Me puse el vestido sin él y bajé aún descalza al piso de abajo para no hacer ruido.

Me acerqué a la cocina para beber un poco de agua antes de irme y para esperar unos minutos antes de salir del edificio, pues pese a que ya había llamado a un taxi para que me llevase a casa, iba a tardar unos diez minutos. No tenía demasiadas ganas de salir a la calle con esas pintas de recién levantada –y follada– con un vestido de noche a las diez de la mañana.

–¡Así que eras tú!  ¿Lara, no?

Una voz masculina detrás de mí me sobresaltó, provocando que me atragantara con el agua que estaba bebiendo. Además, al no querer hacer ruido con la tos que eso me provocó, aún me lo hizo pasar peor.

–Tranquila, mujer. No te vayas a ahogar ahora. Enzo no me lo perdonaría –dijo aquel chico dando suaves golpes en mi espalda.

Cuando le miré, creí reconocer al chico con el que Enzo estaba la primera vez que le vi en la Sala Heaven. Es cierto que lo vi solamente durante algunos segundos, pero los dos llamaban tanto la atención entre la gente del lugar que no me fue difícil reconocerlo.

–Joder... qué susto –me quejé una vez recobré la voz.

–Sí, lo siento. He sido un poco brusco –se disculpó con una sonrisa–. Soy Mateo, amigo de Enzo.

–Sí, lo sé. Estabas con él en el concierto aquel día –comenté.

–¿Así que te acuerdas de mí? –preguntó sorprendido e incluso adiviné que halagado, con una sonrisa pícara que me hizo gracia.

–Difícil no acordarme. Erais los únicos trajeados, afeitados y perfumados de la sala.

Mateo se rio a carcajada limpia. Era un tipo muy atractivo también, con una sonrisa perfecta y unos hoyuelos en las mejillas bastante interesantes. Sin embargo, y debido al escándalo que estaba provocando con su risa, puse mi mano sobre su boca para que dejara de hacer ruido.

–Calla, joder. O le vas a despertar –apunté.

–¿Una chica que huye de Enzo? Eso sería para enmarcarlo –bromeó.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora