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Habíamos cumplido nuestra palabra. Desde la noche que pasé con Enzo –después de no haberme ido a Londres–, no nos habíamos vuelto a ver. Ni siquiera nos habíamos puesto en contacto por teléfono.

Fueron muchos los momentos en los que estuve tentada de enviarle aunque fuese un mensaje para saber cómo estaba o simplemente saber cómo le había ido el día, poder escuchar su voz, pero debía resistirme o resultaría ser todo todavía más complicado de lo que ya lo era.

Habían pasado dos semanas desde aquel día. Al menos, había podido hablar largo y tendido con Víctor mediante Skype y nuestra amistad, afortunadamente, no parecía haber cambiado demasiado pese a no haberle elegido. Incluso él mismo confesó que, cuando vino aquel jueves a buscarme a su casa, lo tenía casi asumido y, pese a que tenía la esperanza de que bajase, él mismo le había dicho a Enzo que fuese por si me quedaba.

De hecho, Víctor me explicó que había tenido una seria charla con su hermano, explicándole lo que sentía por mí, el beso que nos dimos y la propuesta que me hizo, recibiendo a cambio un puñetazo en la mandíbula, un intercambio de reproches y, finalmente, una reconciliación de dos hermanos que no podían estar más de diez minutos enfadados.

La verdad es que no me hubiese gustado para nada ser la causante de que su relación cambiase o se distanciase, pero afortunadamente para ellos y para mí su relación fraternal era mucho más fuerte incluso de lo que ambos estaba segura que llegaban a comprender.

La primavera estaba a punto de llegar a la ciudad y los días comenzaban a ser más largos y también más calurosos. A pesar de lo vacía y a veces deprimida que me sentía sin Enzo, el buen tiempo logró hacerme sentir mejor, estar de mejor ánimo e incluso retomé mis entrenamientos de running por el paseo marítimo.

Además, la relación con mi madre –y a pesar de las diferencias que seguíamos teniendo–, parecía ser cada vez mejor. Incluso encontré en ella una fuente de consejos para superar el daño que la tormentosa relación con Enzo –de la cual le hablé obviamente sin decirle quién era él– me había provocado.

Aquel viernes llegué a la empresa algo más animada de lo habitual, pues en cuanto acabase mi jornada iría directamente junto a Jorge, Carla y algunos amigos más del instituto –los cuales, por cierto, hacía algunos años que no veía– a pasar el fin de semana a una casa en la montaña.

No negaré que al principio no tuve ninguna gana de asistir, pero Carla –como siempre– logró convencerme. Sería un buen lugar en el que desconectar junto a viejos y buenos amigos.

En cuanto llegué al habitáculo, una montaña de expedientes parecían estarme esperando, retándome a trabajar como nunca si no quería acabar por retrasar mi plan de escapada a la montaña.

–¿Qué es todo esto? –pregunté fastidiada al sentarme en la silla.

–Mercedes quiere que acabes todo esto antes de irte hoy –me informó Daniel.

–Joder... precisamente hoy –me quejé.

–Tranquila. Soy tan buen compañero que voy a ayudarte si me prometes que este fin de semana vas a desconectar y a divertirte en la montaña–me hizo saber con una sonrisa.

–¡Te lo prometo! –dije emocionada, tirándome a sus brazos para abrazarle– Eres un sol, Daniel. Gracias –le agradecí de corazón.

–Por cierto, ¿te has enterado de que el gran jefe ha anulado su compromiso con la pija de la Sanz? ¡Qué fuerte!

¿Qué?

Mi compañero, sonriente como siempre y por suerte ajeno a mi estupefacción y bloqueo, se acercó al montón de papeles para coger la mitad. No podía ser... ¿Qué estaba diciendo?

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora