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Pasaron varios minutos sin decirnos nada, tan solo mirándonos, mientras Enzo se cercioraba de que todos los asistentes a la reunión habían dejado la planta cuarentainueve. Una vez el silencio se hizo presente más allá de la puerta que quedaba a mis espaldas, y aún con su cristalina y penetrante mirada fijada en la mía, hipnotizándome, apretó un botón que había en un teléfono de la sala y enseguida contestó la voz de la secretaria.

—¿Si, señor? —preguntó ella, Cristina.

—Cancela todos los compromisos de esta mañana y no dejes pasar a nadie —dijo él simplemente, dedicándome una pícara sonrisa.

—Pero señor, su prometida iba a venir a...

—He dicho que lo canceles todo, Cristina —repitió con autoridad.

—A–ahora mismo —acabó aceptando la secretaria impresionada, igual que yo, por el tono de su voz.

Enzo alejó su dedo del teléfono. Estando al fin a solas y sin nadie que pudiese interrumpirnos, se fue acercando poco a poco a mí.

—¿Crees que tendrás problemas con Mercedes? —preguntó a pesar de estarme devorando con la mirada— No se la veía muy contenta con tu intervención, aunque haya sido excelente.

—Seguramente... No soy mucho de su agrado —le hice saber.

—¿Y eso? —acabó preguntando con algo de preocupación, dejando en un segundo plano su ardiente mirada.

—No lo sé. Desde el primer día en que tuvimos la entrevista, noto que no le gusto. Me mira muy fríamente y me habla igual, como intentando hacerme quedar mal a la mínima de cambio.

—Pues se la has devuelto pero bien ante la junta —rio.

—¡Ha sido su culpa! Me mandó hacer el expediente, donde lo especifiqué todo, y ni siquiera se lo ha leído —me defendí.

—No sabes lo sexy que se te ha visto cuando hablabas con esa determinación y ese convencimiento —soltó al fin, volviendo a acercarse a mí nuevamente dedicándome esa mirada que tanto me desestabilizaba.

Me sonrojé sin poderlo evitar. El hecho de sentir la forma en la que Enzo cada vez estaba más cerca de mí me hizo retroceder sin darme cuenta, hasta que mi espalda topó contra la gruesa y sólida puerta de madera.

—Enzo, podría vernos alguien —dije casi en un susurro al no encontrar la fuerza necesaria para hablar, adivinando cuáles eran sus intenciones.

—He cancelado todas las visitas de esta mañana y nadie nos molestará, Lara —explicó mientras su cálida mano alcanzaba mi mejilla, regalándome una suave caricia que me hizo suspirar.

—Esto no está bien —me quejé con poca convicción.

—Desde que te conozco hago todo lo contrario a lo que está bien, preciosa. Me vuelves loco.

Su rostro fue acercándose lentamente al mío, pudiendo sentir su suave aliento contra mis labios hasta que su nariz topó con la mía, acariciándola con delicadeza y jugando con la poca distancia que separaba a nuestros labios.

—Te he echado mucho de menos —susurró después de lamer mis labios con su lengua en un contacto casi imperceptible que me hizo suspirar.

—Enzo...

Sin dejarme tiempo para más quejas, las cuales tampoco parecían tener ya sentido para mí, atrapó mis labios con su boca en un contacto anhelante, desesperado e incluso salvaje. Y me dejé llevar. Mis manos subieron por todo su pectoral, notando cómo sus músculos se contraían bajo mi contacto incluso con tela de por medio, la que sin duda sobraba en ese momento. Su boca bajó con ferocidad hasta mi cuello, llenándolo de besos y pequeños mordiscos que propagaron decenas de escalofríos y calambres de placer por todo mi cuerpo. Sus manos, después de rozar con una caricia calculada mis endurecidos pechos, bajaron hasta mis caderas para aferrarme a su cuerpo, el cual sentí ardiendo, duro y con una erección más que palpable que topó contra mi vientre.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora