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Al llegar a casa, a la que me trajo Enzo en un trayecto envuelto de risas y buen ambiente, todavía sentía mis mejillas arder. Los siguientes minutos a nuestro acalorado encuentro fueron algo vergonzosos. Cuando estábamos arreglando nuestra apariencia, alguien llamó a la puerta de forma violenta.

–¿Qué ocurre ahí dentro? –preguntó la voz de un hombre– ¡Lleva más de veinte minutos!

–Enseguida vamos –respondió Enzo sin más.

Mi nerviosismo en aquel momento era proporcional a la rojez de mi rostro. Me daba una vergüenza enorme salir de allí juntos y con aquella apariencia que empujaba a cualquiera a adivinar lo que había ocurrido allí dentro.

–No pasa nada, Lara –intentó tranquilizarme Enzo entre risas.

–¿A caso a ti no te da vergüenza? –le pregunté entre susurros.

–¿Vergüenza? Para nada. Acabo de hacerlo en un baño con la mujer más increíble que conozco. Es un orgullo –comentó sacando pecho, provocando que me acercase a él para golpear su hombro completamente ruborizada por sus palabras.

Cuando Enzo abrió la puerta, un hombre de unos cincuenta años estaba esperando fuera con los brazos cruzados, seguramente molesto al haber estado esperando. Su mirada hacia Enzo fue de todo menos agradable sin conseguir perturbar ni un poco la sonrisa de este–, pero en cuanto el hombre se percató de mi presencia, me miró sorprendido y vi pasar por su semblante una sombra de diversión que me hizo bajar la mirada al suelo.

–Bien hecho, muchacho ­–acabó por decirle el hombre a Enzo, provocando una risotada de este.

En cuanto cerré la puerta del apartamento detrás de mí –después de que Enzo me comprase la pastilla del día después en una farmacia cercana y me la tomase de inmediato al no haber usado preservativo, cosa que no podía volver a ocurrir–, me quedé unos segundos apoyada en la misma sin poder borrar aquella sonrisa que invadía mi rostro desde hacía ya una hora.

Lo que había pasado en el restaurante había sido una completa locura y quizás incluso una imprudencia, pero no me arrepentía de nada. Había tenido el mejor sexo de mi vida y eso me hizo plantearme que, cada vez que lo hacía con Enzo, parecía superar mis expectativas. No podía negarse que era un auténtico Dios del sexo y que jamás había conectado tanto con alguien de aquella manera.

–¡Lara! –escuché que Carla gritaba desde el salón– ¿Por qué has tardado tanto en llegar? –preguntó notando como su voz se acercaba a mí.

Intenté arreglar mi pelo y disimular un poco lo que sabía que mi rostro expresaba sin poder controlarlo, pero fue un intento inútil.

–Dios... ¿de dónde vienes? –preguntó con una sonrisa pícara que me hizo entender que había adivinado lo que me ocurría.

–He comido por ahí –dije sin más.

–Sí, amiga, lo que tú digas. No sé a quién pretendes engañar, pero es obvio que has sido brutalmente follada por un hombre.

–¡Dios, Carla! –la reñí entre risas– ¿Puedes ser menos bruta?

–Haberle dicho eso a Enzo –rio.

–Ha sido... increíble –dije simplemente dirigiéndome al salón mientras me quitaba el abrigo.

–Cuéntamelo todo –me pidió mientras nos sentábamos juntas en el sofá– pero antes, ¿qué es esto?

Carla me tendió su teléfono móvil y vi en él algunas de las imágenes de los artículos sobre nuestro fin de semana.

–Con eso ha empezado todo –le expliqué– ¿Me has reconocido? –pregunté algo asustada.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora