Había hecho bien en ir. Durante el trayecto a su apartamento, me sentí muy ansioso y como si estuviese invadiendo la vida de Lara, pues ella misma me había pedido no hacía tantas horas que la dejase marcharse y que hablaríamos por la noche. Por suerte, reaccionó mucho mejor de lo que esperaba.
Fui plenamente consciente de que Lara era una mujer con carácter y de ideas claras. Además, ni mi apellido ni mi estatus eran ningún impedimento para que ella me dijese lo que pensaba o cantarme las cuarenta y todo eso eran aspectos que me encantaban de ella.
Después de comer y dado que Lara parecía no tener nada que hacer aquella tarde, decidimos acomodarnos en el sofá para ver una película. Yo tenía algo de trabajo que hacer aquella tarde, pero con tal de estar con ella estaba dispuesto a pasarme la noche en vela si era necesario.
Su cálido y pequeño cuerpo estaba acomodado sobre mi pecho mientras yo lo abrazaba. Estaba tan preciosa y tierna con ese pijama que, pese a morirme de ganas de arrancárselo, me encantaba cómo le quedaba –aunque lo cierto es que hasta con una vieja cortina de ducha por encima me parecería preciosa–.
Lara trasteó un rato con la televisión en busca de una película. Acabó por escoger un thriller psicológico sobre cómo un padre intentaba recuperar a su hijo desaparecido. Pese a no tener nada que ver conmigo, cada vez que veía algo que se relacionaba con la relación paterno-filial, no podía evitar pensar en cómo había sido la mía con mi padre.
La dureza, las exigencias, los castigos e incluso los golpes que recibía de pequeño por su parte eran algo que siempre había querido enterrar en el fondo de mis pensamientos, pero que de vez en cuando salían a la luz sin yo poder controlarlos.
Sentía tanta rabia porque un hombre pudiese abusar de su autoridad sobre un pequeño e indefenso niño, que el malestar que sentía hacia mis padres aumentaba sin control cada vez que lo recordaba.
Aún seguía sin entender por qué durante tantos años había seguido obedeciéndoles o haciendo lo que ellos esperaban de mí si ellos jamás me dieron lo que como niño, adolescente o joven necesité.
Mi padre no me trató bien casi nunca, pero es que mi madre, pese a saberlo, jamás me defendió o hizo algo para que eso cambiase. Tampoco fue para mí una fuente de consuelo o cariño. Lo único que pude hacer cuando era más pequeño, fue evitar que Víctor sufriese lo mismo que yo y me encargué personalmente de convertirme en su punto de apoyo, en su referencia y en su protector. Eso fue lo que me permitió seguir adelante y, al menos, de eso sí que podía estar orgulloso.
–Enzo, ¿qué te pasa? –escuché que me preguntaba ella con tono preocupado, sacándome de la oscuridad en la que me había adentrado yo solo– Llevas un rato inquieto y tenso. ¿No te gusta la película? –quiso saber.
–No, no es eso, preciosa. En... en realidad ni la estaba mirando. Perdona –me sinceré.
Lara me observó con curiosidad, pareciendo estar analizando mi semblante, viendo cómo aumentaba su preocupación segundo a segundo. Acabó por acomodarse en el sofá y parar la reproducción de la película, pudiendo ver que iba casi por la mitad.
–¿Qué te pasa? –preguntó nuevamente.
–Nada, no te preocupes. Tonterías mías –mentí sonando poco convincente, cosa que ella notó enseguida.
–Enzo, sabes que puedes contarme lo que sea ¿no?
–Lo sé, preciosa –dije mientras acariciaba su brazo–. Solo he recordado algo de mi infancia.
–Algo que, por tu expresión, no parece ser un bonito recuerdo –acertó.
–Va a ser verdad eso de que se te da bien leer a las personas, ¿eh? –dije queriendo quitarle importancia al asunto, pero Lara era demasiado astuta.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...