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Sábado. Y yo sin saber qué ponerme para aquella misma noche en la que se celebraba la gala de la Fundación. Cada minuto que pasaba, me arrepentía más de haber accedido a ir, pero no podía dejar a Víctor plantado a pocas horas del evento. Dudé incluso de si me estaba volviendo paranoica, pero algo me decía que aquella noche iba a acabar en desastre –al menos para mí–.

Sin embargo, sentía unas ganas desmesuradas de ver a Enzo, sobretodo sabiendo que el evento se celebraba como acto de inauguración de la Fundación que tanta ilusión le hacía a él y tanto se había esmerado en crear. Además, el mismo jueves después de la extraña reunión, me sorprendió llevándome a su apartamento, donde tenía preparada una cena y una velada romántica que me encandiló por completo.

Sí, Enzo tenía algunas cosas que me desesperaban, que me hacían incluso plantearme si valía la pena seguir luchando por lo nuestro aún con todos los obstáculos que cada día aparecían en nuestro camino. Sin embargo, luego teníamos esos momentos juntos sin los que ya no me imaginaba y la manera que tenía de cuidarme, mimarme, hablarme, besarme, tocarme... me hacían olvidar cualquier enfado o molestia que pudiese tener con él.

Me encontraba en mi habitación envuelta en una toalla, recién salida de la ducha y mirando los vestidos y conjuntos que había sobre mi cama sin poder decidirme por ninguno. Aquella noche quería estar especialmente guapa y elegante y nada de lo que había en mi armario lograba convencerme.

–Carla al rescate –oí que decía mi amiga entrando en mi cuarto con un ímpetu que me sobresaltó.

–Se llama a la puerta, maleducada –la reñí.

–Entre tú y yo no hay educación que valga –se justificó, haciéndome sonreír.

Sin más, se acercó a mí para dejar sobre mi cama y encima de la demás ropa un vestido rojo que jamás le había visto puesto.

–Este es el vestido que hoy te vas a poner –afirmó simplemente.

–¿De dónde lo has sacado? –pregunté intrigada mientras lo cogía y me daba cuenta de la bonita caída que parecía tener.

–Me lo regalaron mis padres estas navidades. Aún no he tenido tiempo de ponérmelo, pero creo que te quedará genial.

–Ni hablar, Carla. Ni siquiera lo has estrenado –me negué al ver todavía la etiqueta puesta.

–¡Venga! Es una ocasión perfecta para ponértelo. Ya tendré otras yo. ¡Estoy segura de que con él estarás impresionante! –se emocionó.

–No sé –dudé.

–Al menos pruébatelo.

Le hice caso, y maldito el momento. El vestido, que resultó ser de corte sirena, con los hombros caídos y el cual se ajustaba perfectamente a mi figura, me quedaba genial y me hacía sentir cómoda y segura. Incluso Carla se quedó boquiabierta en cuanto me lo vio puesto.

–Si no te lo dejas puesto voy a enfadarme –soltó ella–. ¡Vas a ser el centro de todas las miradas!

–Sabes que eso no es algo que me entusiasme –le recordé.

–Cariño, hoy debes brillar. Que Enzo se dé cuenta de una vez de lo que puede perder si sigue con esa actitud de empanado sentimental. ¡Tienes que dejarle babeando y ya te digo yo que con este vestido lo harás! ¡Por segundos he cuestionado mi sexualidad!

–Tonta... –reí.

–Y si vas con esa sonrisa, todavía mejor –me sonrió ella–. Estas preciosa, Lara. Hazme caso –insistió.

–Está bien –cedí al fin.

Sin dudarlo, abracé a mi amiga. Siempre estaba a mi lado necesitase lo que necesitase y, de algún modo u otro, siempre lograba ayudarme y sacarme una sonrisa.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora