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El agua caliente acariciaba mi cuerpo desnudo, haciéndome entrar en calor. Enzo estaba esperándome en el salón, así que debía ducharme y arreglarme lo más rápido posible para no hacerle esperar demasiado. Pese a que insistió sobre que no le suponía ningún problema esperar para llevarme, me sabía mal que perdiese su tiempo. Y más si, como me había comentado, tenía trabajo que hacer.

Como era costumbre, cerré mis ojos dejando que las sensaciones me envolviesen, comenzando a cantar bajo la ducha. Era algo que hacía desde pequeña, normalmente sin cantar nada en concreto —más bien solían ser canciones inventadas o una mezcla de las canciones que me viniesen a la mente—. Hacerlo era algo casi inconsciente y la buena acústica del baño me hacía creer que incluso cantaba bien.

Mis ojos se abrieron y mi voz dejó de entonar notas en cuanto sentí unas cálidas manos posarse sobre mi cintura por detrás que, contrariamente a lo que podría parecer, llenaron mi cuerpo de escalofríos.

—No me habías dicho que cantabas tan bien —escuché que decía su ronca voz, cerca de mi oído.

—Porque no lo hago... —conseguí decir a duras penas mientras cerraba los ojos al sentir su cuerpo desnudo cada vez más cerca del mío— No deberías estar aquí.

—El Enzo que tú has despertado suele hacer lo contrario de lo que debería —jugó mientras dejaba suaves besos sobre mis hombros y mi cuello.

Mi cuerpo se pegó al suyo de forma instintiva, como si una fuerza magnética me empujase a hacerlo. Sentí su cálida piel sobre mi espalda y su ya más que evidente erección en la parte superior de mis glúteos. No pude evitar suspirar ante su cercanía. Incluso envueltos por el vapor del agua caliente y sintiendo nuestros cuerpos mojados por el agua, podía percibir su característico y varonil aroma, ese que me volvía loca.

—Harás que llegue tarde —le avisé con la respiración entrecortada que provocaban sus caricias en mi vientre.

—Me importa más bien poco. Si tu madre te pide explicaciones, puedes echarme la culpa.

Reí al imaginarme la escena, yo diciéndole a mi madre que la culpa de mi retraso se debía a un hombre como él y una ducha. No obstante, la risa cesó cuando sus manos, que seguían acariciando mi vientre, se separaron en dos caminos diferentes. Una subió hasta mis pechos, acariciándolos con delicadeza mientras sus labios lamian, besaban y mordisqueaban mi cuello y mis hombros. La otra, bajó peligrosamente hasta el punto más sensible de mi ser. Estaba tan estimulada por sus anteriores caricias y por el simple hecho de sentirle junto a mí que, en cuanto rozó aquella parte de mi cuerpo, me tensé por completo, escapándoseme un suave gemido.

—Para... —le pedí pocos segundos después en un suspiro.

—¿Por qué? ¿No te gusta? —preguntó sabiendo exactamente que no se trataba de eso.

De hecho, era más bien lo contrario. Me gustaba tanto la forma en la que me estaba tocando que mis piernas comenzaron a carecer de fuerza y no supe cuanto más podría aguantar de pie. Entonces, metió un dedo dentro de mí y grité sin pudor. Si no lo hacía, hubiese explotado por dentro.

Enzo pareció cambiar de idea, separó sus manos de mi cuerpo por unos segundos y, mientras el agua seguía cayendo sobre nosotros, me agarró de los hombros para darme la vuelta. En cuanto me quedé frente a él, a penas pude deleitarme observando su cuerpo desnudo, pero sí que me fijé en la ardiente mirada con la que sus ojos me contemplaban.

De inmediato, se abalanzó sobre mi boca ferozmente mientras me cogía de los glúteos y tiraba de mí hacia arriba, provocando que mis piernas rodearan su cintura. Sentir su miembro justo debajo de mí, rozando mi desnudo sexo más que excitado, provocó que moviese mis caderas desesperadamente buscando su contacto.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora