No sé en qué momento llegamos ni cuánto tardamos en hacerlo, pues me había quedado dormida en el hombro de Fer. Abrí mis ojos cuando sentí que el taxi se detenía y cómo el cuerpo de Fer se movía ligeramente. Seguía estando mareada y el interior del vehículo pareció ladearse por completo, como si hubiésemos caído de un terraplén, teniendo que esforzarme para fijar mi atención en un punto fijo para intentar estabilizarme.
—Despierta, bella durmiente —me susurró él mientras me zarandeaba con delicadeza.
Ese simple movimiento provocó que me sintiese todavía peor. A Fer no le quedó otra que ayudarme a bajar de aquel taxi que, de repente, me parecía demasiado bajo para la poca fuerza que sentía tener en mis piernas.
—Menuda cogorza, ¿eh? —comentó él entre risas.
—Pues sí. No sé ni cómo, la verdad. Tampoco he bebido tanto.
—El garrafón. Siendo una fiesta tan multitudinaria seguramente hayan puesto de lo peor. A mí también me ha afectado más de lo normal.
—Ya... ¿Vives muy lejos? —pregunté harta de torcerme los tobillos. Me alegré entonces de haber tenido una juventud llena de esguinces que convirtieron mis ligamentos en una especie de goma elástica.
—No —se rio—. En ese edificio que está a diez pasos. ¿Podrás llega sin romperte algo? —preguntó sujetándome de la cintura después de estar a punto de caerme.
—Eso creo.
Pocos minutos después, Fer abrió la puerta de su casa y me hizo sentar en el sofá para prepararnos a ambos algo caliente, pues estábamos helados. Me ofrecí a ayudarle, pero ambos sabíamos que quedarme de pie tan solo aumentaba las posibilidades de hacerme daño. Enseguida se sentó a mi lado y nos quedamos en el más absoluto silencio.
—Oye ¿y Fer qué es, de Fernando? —pregunté como una idiota fruto de la incomodidad que sentí al estar en su casa borracha y a solas.
—No. En realidad viene de mi apellido, Ferrara.
—¿Italiano?
—Sí.
—Malditos italianos... ¿Todos sois guapos o qué?
—¿Conoces a algún otro?
La verdad es que no supe por qué dije semejante tontería, pero con su pregunta no pude obviar que Enzo viniera a mi mente, pues su nombre, al menos, lo era. Me di cuenta en ese instante de lo realmente poco que sabía sobre Enzo y lo estúpida que había sido por creer que en realidad me gustaba.
—Conozco a uno que no sé si lo es, pero lo parece. El típico guaperas cabrón italiano, no te ofendas.
Él simplemente rio a carcajadas.
—¿Qué te hizo ese tipo para que le tengas en tan alta estima? —ironizó.
—Ay, si yo te contara...
—No sé tú, pero a mí me apetece hablar un poco más antes de irnos a dormir —propuso con una preciosa sonrisa a la que no pude resistirme.
—Pues mira, le conocí hace un mes y poco y enseguida conectamos. Tanto que esa primera noche acabó en mi casa y no por haberse dejado las llaves.
—Y os acostasteis —adivinó.
—Sí. Y hablamos unos días hasta que de repente dejó de hacerlo.
—Y por eso es un cabrón, ¿no?
—Ojalá fuese solo eso. —Se hizo un silencio con el que sin duda Fer me animaba a seguir hablando.— Nos encontramos unas semanas después, en una fiesta. Me dijo que había perdido el móvil y que por eso había dejado de hablarme. Fui tan idiota que acabé en su piso haciéndolo otra vez. ¡Pero eso no fue lo peor! —me adelanté a explicar antes de que comentara cualquier cosa— Lo peor fue que la fiesta en la que nos volvimos a ver era ni más ni menos que la de su propio compromiso.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...