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Estaba realmente impresionada. La noche estaba resultando ser mejor de lo que esperaba y Enzo parecía ser —a parte de todo el atractivo que desprendía casi sin querer— alguien divertido, atento y con quien se podía conversar de cualquier tema. Además, la sinceridad con la que parecía expresar que quería conocerme parecía real y eso, sin lugar a dudas, me encantó. No podía negar lo mucho que estaba disfrutando de aquella noche y lo mucho que deseaba, más que nunca, seguir conociéndole.

Después de haber compartido un baile que me dejó trastocada ­—y excitada por lo bien que se movía con el ritmo latino—, propuso ir a su casa. Pese a que dejó claro que aquella noche no quería, en principio, acostarse conmigo, tenía muchas ganas de compartir un momento más tranquilo con él. Bueno, en realidad tenía ganas de hacer cualquier cosa con él.

Cuando llegamos a su apartamento, volví a impresionarme por la amplitud y buen gusto del mismo. Además, olía a él y eso consiguió ponerme nerviosa al instante.

—Ponte cómoda, prepararé algo de beber —se ofreció sonriendo mientras cogía mi abrigo— ¿Te apetece algo para picar? Yo tengo hambre.

Reí.

—Sí, yo también tengo un poco de hambre a pesar de haber cenado como una jabata.

Me sonrió y se fue hacia la cocina. Yo me dediqué a inspeccionar un poco el lugar mientras me dirigía al sofá y me fijé en que, en el mueble de la televisión, había un trofeo con un balón de rugby esculpido en lo que parecía bronce.

—¿Juegas al rugby? —quise saber.

—Jugaba —contestó desde la cocina—. Cuando estudiaba estaba en el equipo de la universidad y ganamos varios años el campeonato nacional interuniversitario.

—Vaya... —musité.

—Luego, cuando comencé a trabajar, los esguinces y las fracturas comenzaron a ser un problema, aparte de que me quedé sin tiempo para entrenar. ¿Tú haces algún deporte?

—Hice atletismo desde muy pequeña, pero en segundo de carrera, con las clases hasta las tantas de la noche, tuve que dejarlo. Ahora voy a correr cuando puedo, aunque intento salir mínimo un par de veces a la semana.

—Eso está bien —dijo llegando al sofá con una bandeja sobre la que distinguí varios aperitivos y dos gin tonic—. Yo también salgo a correr un par de veces a la semana. Podríamos salir juntos algún día.

—A mí me parece bien, pero me sabe mal que descubras que soy demasiado buena para ti —quise picarle.

—¿Tan buena eres? —preguntó interesado mientras se sentaba a mi lado.

—Yo también gané alguna que otra competición —le hice saber.

—Vaya... En el instituto deberías tener a todos los tíos detrás seguro. Guapa, inteligente y buena deportista.

—La verdad es que pasé bastante de los chicos durante todo el instituto. No me interesabais en lo más mínimo —le hice saber.

—Seguro que si me hubieses conocido a mí, eso hubiese cambiado.

Reí.

—Tú te lo tienes muy creído, ¿no?

—¡Solo soy sincero con lo que pienso! —se justificó, haciéndose el inocente— Seguro que hubiésemos sido una gran pareja. La que a final de curso son el rey y la reina del baile —bromeó

—Que yo sepa eso no se lleva mucho en los institutos españoles —reí—. Además, estoy segura de que hubiese pasado de ti como de los demás.

Mientras tomábamos los gin tonic, estuvimos hablando sobre nuestra etapa de instituto para después pasar a la universitaria. Me di cuenta de que había sido un joven muy controlado por su familia, pero que en la etapa universitaria, al estar estudiando fuera de la ciudad, se desmadró y fue todo un Don Juan, aunque no me extrañó. Sin embargo, y tal y como intuí la primera vez que conversamos sobre ese tema, no me habló de ninguna relación medianamente seria.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora