45

8.7K 465 73
                                    

           

Me desperté más pronto de lo habitual. Dado que no pude volver a dormirme, aproveché par darme una buena ducha.

Mientras las cálidas gotas de agua recorrían todo mi cuerpo, no pude evitar pensar en lo que había ocurrido el día anterior, imaginando que las caricias que el agua me daba eran proporcionadas por los dedos de Enzo.

La temperatura de mi cuerpo se elevó de inmediato y decidí apartar esa imagen de mi mente, pues no quería castigarme a mi misma al no tenerle delante en ese momento.

Cuando al fin salí del baño, me dirigí a mi armario para escoger el mejor atuendo posible. Aquella mañana iba a estar con Enzo, Víctor y también con Julia y, por alguna razón, sentirme guapa sabía que me daría seguridad.

No tenía ninguna gana de estar junto a la hija de Gabriel Sanz, la todavía –muy a mi pesar– prometida de Enzo, mas estaba dispuesta a comportarme si el hecho de trabajar junto a ella significaba que Enzo acabaría por deshacerse del chantaje y del matrimonio de conveniencia.

Acabé por escoger una falda de tubo negra bien ajustada a mis curvas y que se cortaba justo dos dedos por encima de mis rodilla, falda que era del mismo color que los zapatos de tacón que iba a ponerme.

Además, escogí ponerme una blusa de manga larga de color blanco roto que transparentaba mi sujetador de encaje negro sutilmente y que, a pesar de ser bastante holgada, me hacía sentir bien conmigo misma.

Decidí secar mi pelo y dejarlo suelto con algunas ondas marcadas y finalicé mi esmero por arreglarme pintando mis ojos y mis labios con un maquillaje bastante natural.

Cuando me dirigí a la cocina para prepararme un café bien cargado, pues algo me decía que lo iba a necesitar, me encontré con Carla aún con el pijama puesto, el pelo alborotado y una cara de sueño que mostraba lo poco que había dormido.

–¿Mala noche? –la pregunté mientras llenaba mi taza del café que ella misma había preparado.

–He dormido dos horas –me confirmó–. He estado planeando qué haré con Jorge y qué le diré.

–¿Y al menos ha servido de algo tu insomnio? –quise saber.

–Pues no. Es pensar en ese momento y el corazón se me acelera que parece que vaya a reventar mi pecho.

Reí.

–Eso es amor, amiga –la chinché.

–Calla. ¿Y tú? ¿Vas a trabajar o a una cita? –preguntó, mirándome de arriba abajo.

–Casi te diría que ambas –le expliqué–. Voy a estar toda la mañana trabajando con Enzo, su hermano y Julia.

–¿La prometida? –preguntó curiosa, haciéndome asentir– Querida, no tiene nada que hacer con un bombón como tú. Vas a dejar a Enzo con la boca abierta. Me huelo otro momento tórrido en el despacho –rió.

–No voy a hacer eso otra vez, Carla. No en el trabajo.

–Ya... –comentó escéptica– Cuando llegues me lo cuentas.

Tras algunos minutos más bromeando y después de acabar mi café, me despedí de Carla para, como cada día, coger el metro que me llevaba a la empresa.

Llegué incluso más rápido de lo que me hubiese gustado. Realmente me sentía nerviosa y con una mala sensación en mi estómago, como si tuviese un mal presentimiento, pero subí a mi piso para coger mi Tablet y esperar en mi habitáculo hasta que llegasen las diez.

Mercedes llegó a las nueve y agradecí que no me molestase. Al parecer, estaba al corriente de mis reuniones semanales con el jefe y solo me dijo que diese lo mejor de mí, pues si quedaba bien era algo bueno para el departamento.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora