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Eran más de las tres de la tarde cuando finalmente pude salir del edificio de la empresa. Justo cuando llegó mi hora, Mercedes apareció por la oficina y, aunque de buenas formas, me pidió que le hiciese un informe sobre una demanda que debía presentar el lunes en el juzgado. Obviamente lo hizo para molestarme y fastidiarme todo lo que pudiese, pero ojalá todo se quedara a partir de ahora en simplemente hacer unas horas extra.

Había quedado con Carla en el centro comercial en menos de una hora, así que decidí parar de camino al metro en una tienda de comida rápida para comprar algo y podérmelo comer de camino –estaba realmente hambrienta–.

Después de pagar mi sándwich vegetal y mientras salía de la tienda desenvolviéndolo para devorarlo de inmediato, me topé con alguien al no estar mirando por dónde iba.

–Disculpa –dije sin siquiera mirar a la persona con quien me había topado.

Seguí rápidamente mi camino, pero el cuerpo del hombre que se había cruzado en mi camino dio un paso hacia atrás para evitar mi marcha. Cuando alcé mi mirada, dispuesta a decirle cuatro cosas al creer que se trataba de uno de esos tipos que aprovechaban aquellas situaciones para intentar ligar, me encontré con la divertida y curiosa mirada azul que tantos suspiros era capaz de provocarme.

–¿Vas a marcharte así, sin decirme nada? –preguntó haciéndose el molesto.

–He quedado con Carla dentro de media hora en el centro comercial. Tengo prisa –le hice saber respondiéndole con la misma sonrisa que él me dedicaba–. ¿Qué hace un pez gordo como tú entrando en una tienda de comida rápida como esta?

–Debo quedarme trabajando por la tarde en los documentos de la Fundación. Quiero que sea un hecho cuanto antes y he venido a coger algo para comer –explicó mientras nos apartábamos de la puerta, pues una mujer de mediana edad se quejó al estar obstruyendo la entrada.

–¿Y el señor CEO no tiene una secretaria o becaria que le venga a buscar la comida? –bromeé.

–Soy director ejecutivo, no inválido, y la única becaria que conozco en estos momentos eres tú, así que no me des ideas. Aunque sería interesante hacer que me trajeras la comida y luego disfrutar de un buen postre juntos... –insinuó acercándose a mi cuerpo y acorralándome contra la pared.

–De eso debemos hablar usted y yo, señor Ferrara –le advertí.

Su expresión, hasta entonces divertida, cambió a una un poco contrariada y algo más seria. Se apartó ligeramente de mí para poder mirarme por completo.

–¿Qué pasa? –quiso saber.

–Mercedes se ha dado cuenta de nuestras miradas y sospecha que pasa algo entre tú y yo.

–Lo sé, Mateo me ha informado de la discusión –contestó como si nada.

–¿Y ya está?

–¿Qué me importa a mí lo que piense esa mujer? Si te causa problemas por eso, tendré yo mismo una charla con ella –expresó con convicción.

–¡No! Enzo... escucha –comencé a decirle apartándole un poco de la multitud que había a aquellas horas por la calle. Todas las personas corrían hacia sus coches, hacia la parada de bus o de metro más cercana y llevaban una sonrisa en el rostro, seguramente por el hecho de que era viernes. No era el mejor momento ni el lugar adecuado para hablar sobre el tema, pero ya que había salido y habíamos comenzado a hablar de él, debía aprovechar la oportunidad.– No quiero que tengas que intervenir o tengas que decirle algo a Mercedes. Eso empeoraría las cosas –seguí.

–Lara, eso no empeorará nada. Mercedes no impedirá que tu carrera profesional sea en F&A. El jefe soy yo y somos Mateo y yo quienes acabamos decidiendo a quien se contrata o no en la empresa y...

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora