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En cuanto la puerta se cerró y comencé a caminar directa al ascensor, mis piernas comenzaron a temblar cada vez más. No podía negar que la discusión que acababa de tener con Enzo me había afectado más de lo que hubiese imaginado. Además, no podía evitar sentirme culpable al haberle hablado tan mal por muy claras que tuviese mis ideas. Me había alterado demasiado y odiaba perder el control sobre mí misma de esa manera.

En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, me sorprendí al ver quién venía en él, sintiéndome algo aliviada sin saber muy bien el por qué en cuanto sus ojos se posaron sobre los míos.

–¡Lara! –me saludó Víctor sonriente. Sin embargo, su expresión se modificó en cuanto leyó la preocupación que me invadía– ¿Va todo bien? –preguntó de inmediato, posando una mano sobre mi hombro para acariciarlo y tranquilizarme casi al instante. Me alegraba de verle.

–Ha ido mejor –respondí simplemente.

Víctor miró un momento por encima de mi hombro en dirección al mostrador. Supe que la secretaria nos estaba observando cuando él me cogió de la mano para apartarnos de su campo de visión.

–¿Ha pasado algo con mi hermano? –quiso saber– ¿Es por la prensa?

–En parte, pero no es solo eso –le hice saber–. ¿Qué haces aquí? –pregunté curiosa.

–Había quedado con Enzo, pero puedo retrasarme un poco si necesitas hablar –se ofreció amablemente y con pura sinceridad en sus verdes ojos.

–Creo que será mejor que vayas con él. Supongo que también necesitará hablar –cedí.

No podía negar que tenía ganas de hablar con Víctor, que quería contarle todo lo que había pasado con el italiano cabrón de su hermano y escuchar esas palabras de él que siempre lograban tranquilizarme. Desde el accidente de Enzo, me sentía muy unida a Víctor al habernos apoyado el uno en el otro y, pese a que hacía algunos días que no hablábamos, le había tenido bastante presente. Quizás más de lo que había imaginado.

–Hablaré con él –me hizo saber refiriéndose a nuestro conflicto–, pero déjame que te invite a comer y charlemos también. Sé que has estado ocupada con mi hermano, pero no está nada bien que pases de mí de ese modo –bromeó sin faltarle razón con cierta diversión.

–Eso está hecho –acepté encantada.

–Sales a la una, ¿no?

–Cuenta mejor a las dos. La malvada de mi jefa quiere un expediente acabado antes de que me vaya hoy y dudo mucho que a la una lo tenga. Te aviso por mensaje.

–Vale –dijo sonriente, provocando que yo hiciese lo mismo–. Y no te preocupes. Sea lo que sea lo que haya hecho el estúpido de mi hermano, te quiere –me tranquilizó.

–Gracias, Víctor –agradecí de corazón entrando en el ascensor y sintiéndome mucho mejor que hacía pocos minutos atrás–. Te veo luego.

–Hasta luego –se despidió mientras las puertas del ascensor se cerraban ante mí y observaba su encantadora sonrisa, esa que, por cierto, era tan parecida a la de su hermano.

Me alegraba haberle visto. A pesar de haber tenido una discusión bastante desagradable con Enzo y haber descubierto que había sido él mismo, sin decirme nada, quien había avisado a la prensa, la presencia de Víctor y saber que él hablaría con su hermano me tranquilizó más de lo que hubiese podido pensar. Víctor parecía tener esa capacidad sobre mí y agradecí habérmelo encontrado justo en ese momento, pues no sabía cómo hubiese logrado rebajar si no mi estado de ansiedad.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora