Dudé en si ir aquel lunes a trabajar a la oficina, pero esperaba a mis informadores aquella misma mañana y era lo único a lo que podía aferrarme para mantener la esperanza. Seguir adelante con lo previsto era la única manera de acabar con todo y tener alguna posibilidad de recuperarla.
Desde la mañana del domingo, todo parecía quedar muy borroso –y no solamente por los tragos de alcohol que tomé al llegar a casa–. Las palabras de Lara, echándome de su casa y de su vida, junto a lo rota y dolida que la vi, pesaban en mi cuerpo como si llevase sobre mis hombros una insoportable losa de dolor y sufrimiento.
Quise decirle lo del beso, quise explicárselo, pero creí que sería mejor hacerlo en otro momento que no fuese la noche en la que nos reconciliamos después de la gala. Pero, una vez más, me había equivocado.
Cierto es que por nada en el mundo pensaba que una cámara pudiese haber inmortalizado ese momento que apenas duró unos segundos, pero tuve que habérselo dicho en cuanto antes. Incluso si esa fotografía no hubiese existido. Quizás se hubiese molestado, pero pudiendo haberle explicado las cosas quizás ahora mismo seguiría conmigo.
Sin embargo, ya no podía ir marcha atrás por mucho que me costara asimilarlo. Lara había tomado su decisión, alejándose de mí por completo. Lo único que podía hacer era seguir con el plan, respetándola y dejando que el tiempo pasara para intentar recuperarla costase lo que costase pasado un tiempo para ambos, pues lo que menos quería era agobiarla.
Era tal el vacío que sentía en mi interior por aquella ruptura, que podía sentir cómo conquistaba poco a poco todo mi cuerpo, instaurando desde hacía horas una presión y una pesadez en mi pecho que me eran difíciles de soportar.
En cuanto llegué al despacho, le dije a mi secretaria que cancelase todas las reuniones del día –excepto la de Juan y Hugo, los informadores– y le ordené que le dijese a cualquier persona que me llamase que no estaba en la empresa aquel día y, seguramente, los siguientes tampoco.
Sin saber cuánto rato había pasado sin hacer nada, pues me dediqué a quedarme sentado en mi silla mientras me lamentaba una y otra vez por lo ocurrido la mañana anterior mientras escuchaba la actividad frenética de la gran ciudad que se extendía más allá de mi visión, escuché que llamaban a la puerta. Todavía era demasiado pronto para que Hugo y Juan llegasen para acudir a nuestro encuentro, así que ni siquiera conteste o di señales de estar dentro.
–Hermano, soy yo. Sé que estás ahí –escuché del otro lado que decía Víctor, volviendo a llamar a la puerta.
–Pasa –me decidí al fin.
Mi hermano entró al despacho con la alegría de siempre, esa que siempre había envidiado de él y tanto le caracterizaba, pero esta se esfumó en cuanto se dio cuenta, con solo mirarme, que algo no iba bien.
–¿Qué pasa? –preguntó preocupado.
Él se sentó frente a mí, observándome con pesar y esperando impaciente una respuesta. Mi hermano era el único a quien podía confiarle todo lo que sentía, y pese a que el horario de trabajo no fuese el mejor momento, si no se lo contaba ya iba a explotar.
–Lara me ha dejado –dije simplemente.
–¿Qué? ¿Qué ha pasado? El sábado de madrugada me dijiste que todo había ido bien... –se extrañó.
–Y había ido bien, pero nos levantamos el domingo con esto.
Y le tendí mi móvil. Desde el día anterior por la tarde, había tenido aquel maldito artículo abierto a todas horas en mi navegador, intentando saber quién había escrito el artículo o hecho las fotografías para encargarme personalmente de acabar con sus carreras por mucho que supiese que eso no iba a arreglar mis problemas. Me distraía buscar culpables, aunque supiese en realidad que el único causante de todo había sido yo mismo.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...