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El sonido del mar llegó a mí a la vez que el olor a salitre inundó mis sentidos. Las olas parecían estar chocando contra un acantilado muy cercano y, de hecho, lo hacían contra el mismo sobre el que estaba construida aquella preciosa y acristalada casa que se levantaba frente a nosotros. Una tenue y cálida luz alumbraba la entrada, pudiendo observar la casa por completo. Incluso podían verse algunas suaves luces encendidas en el interior. Realmente era una casa preciosa y nos dirigíamos hacia a ella sin ninguna duda.

Una vez estuvimos justo delante de la vivienda, Enzo sacó una tarjeta de su bolsillo y, al pasarla por delante de la puerta, esta se abrió de forma automática.

Todas la luces –tanto las del jardín como las del interior de la casa– aumentaron ligeramente su intensidad, como si estuviesen dándonos su bienvenida.

–¿Esta pedazo de casa es de tu familia? ¡Es increíble! ¡Está en un acantilado al lado del mar! –no pude evitar comentar, más que emocionada.

–No, no es de mi familia –dijo mientras reía al ver mi entusiasmo.

–¿La has alquilado? Madre mía... ¡Es que es genial! –continué.

–No, tampoco la he alquilado –siguió diciendo mientras abría la puerta de la entrada y nos introducíamos en un amplio y moderno recibidor que embelesó a mis ojos por completo.

La decoración era exquisita, algo parecida a la de su apartamento pero algo más austera y neutra. Sin embargo, seguía siendo un lugar magnífico y no cambiaría ni uno solo de sus adornos.

–¿Entonces? –quise saber.

–Es mía –anunció simplemente

–Vaya... había olvidado que eras millonario –comenté simplemente algo anonadada al saber que aquella propiedad era suya.

En ese momento, me di cuenta de quién era él. A parte de ser un hombre increíble que me tenía realmente encandilada, atractivo, encantador y divertido, provenía de una de las familias más importantes del país, era el director ejecutivo de una multinacional conocida a nivel mundial y era poderoso, rico e influyente.

Justo entonces me di cuenta de lo diferentes que eran nuestros mundos y un desagradable vacío se instaló en mi interior.

No podía creer qué hacía él conmigo cuando seguramente debería de tener a cientos de mujeres tras él y podía escoger a cualquier otra. Que un tipo como él estuviese con una simple estudiante y becaria de derecho, me parecía cuanto menos surrealista. No llegaba a comprender qué debería pasar por su cabeza al estar conmigo. ¿Sería una simple diversión? ¿Sería una aventura con la que pasar el tiempo hasta que se aburriese? ¿Una manera de rebelarse frente a su familia y frente a lo que quería dejar de ser?

¿Con cuántas mujeres había estado realmente? Seguro que con muchas, y el simple hecho de pensar en ello intensificó el nudo que se había formado en mi estómago. Sin embargo, este pareció disminuir en cuanto Enzo me ayudó a quitarme el abrigo para después abrazarme por detrás mientras besaba mi cuello y mi mejilla cariñosamente. Aquel simple gesto devolvió la sonrisa a mi rostro.

–¿Qué te pasa? –susurró en mi oído, rozando sus labios con el lóbulo de mi oreja.

–Nada... –mentí tras recibir el escalofrío que me provocaba siempre su contacto.

–Venga, dímelo –pidió–. De repente te has paralizado y has hecho una mueca un poco rara.

–¿Una mueca? –pregunté confundida.

–Sí, mira, así –dijo mientras fruncía el ceño , abría los ojos y torcía los labios de un modo bastante infantil y gracioso.

–¡Yo no he hecho eso! –reí mientras él volvía a abrazarme, acercándome más a su cuerpo.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora