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De un momento a otro, el ambiente de la fiesta había cambiado. Víctor había perdido la sonrisa desde que había vuelto del baño y apenas hablaba con monosílabos. Lo habíamos pasado tan bien bailando y riendo juntos en la primera parte de la noche, que estaba segura de que algo le había ocurrido. Por mucho que le preguntase, solo lograba sacarle que estaba cansado.

Para colmo, Enzo tampoco parecía estar en su mejor momento, pero no podía ir como si nada a hablar con él. Sobretodo porque Julia no se despegaba de él en ningún momento y ambos eran constantemente abordados por los invitados al acto –quines, por cierto, parecían estar enormemente encantados con su compromiso–. Sin duda alguna, la situación me estaba hartando. Ver cómo Enzo simplemente me dedicaba miradas de disculpa no era suficiente para sentirme ni mínimamente mejor.

De repente, quise irme de allí. Comencé a sentir una opresión en el pecho cada vez mayor y las ganas de estallar en llanto –ni siquiera sabía si de tristeza, rabia, dolor o un cúmulo de todo– iban en aumento a medida que pasaban los minutos.

La lágrima que deslizó por mi rostro cuando vi como los dos oficiaban un baile juntos, sonrientes y abrazados, fue la gota que colmó el vaso. Realmente parecían una pareja feliz y, aunque sabía que al menos por parte de Enzo era fingido y podía percibir su incomodidad, llegué a creerme por momentos todo lo que estaban haciendo.

Y dolía.

Dolía mucho.

–Necesito salir de aquí –murmuré en lo que pareció un aullido de dolor.

Víctor se volteó hacía a mí, quien hasta entonces había estado absorto en sus pensamientos ajeno a todo lo que ocurría en mi interior.

–Eh... ¿qué pasa? –preguntó cariñosamente limpiando la lágrima con su dedo pulgar.

–No...no puedo aguantarlo más. Necesito dejar de presenciar todo esto –repetí.

Víctor, al principio dubitativo y tras intercambiar una mirada acusadora con su hermano –quien sabía que había posado su mirada preocupada sobre mí– me cogió de la mano dándome un suave apretón.

–Pues nos vamos –sentenció él.

–No, tú no. Acompáñame si quieres mientras pido un taxi, pero quédate. Tienes amigos aquí y tu hermano está a punto de hacer el discurso y...

–Me da igual el maldito discurso. No voy a dejar que te vayas así, sola. Te llevo –propuso con determinación mientras me guiaba a la salida del salón.

–¿Cómo? Estamos lejos de mi casa y...

–Tengo la moto aquí cerca –me aclaró, sorprendiéndome.

¿A caso Víctor tenía pensado irse antes de todos modos? Qué más daba... agradecí que así fuera, pues necesitaba llegar a casa lo antes posible –antes de romperme del todo–.

Seguí a Víctor por el pasillo. Cuando llegamos al vestíbulo, ambos le dimos a un botones nuestras tarjetas del guardarropa, recuperando nuestros abrigos pocos segundos después.

Sin soltarme de la mano, recorrimos el vestíbulo en dirección contraria a la salida para acabar saliendo por una puerta lateral del edificio –cosa que agradecí, pues eso significaba que la prensa debería seguir fuera y no tenía ganas de que ni siquiera me mirasen–.

Pocos minutos después y tras girar una calle, vi la moto de Víctor, aparcada en un pequeño hueco que había en una esquina de la misma.

–Ten –me dijo ofreciéndome un casco que sacó de debajo del asiento.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora