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El sonido del dulce cantar de los pájaros me despertó, a pesar de estar apenas amaneciendo. Todos los recuerdos de la noche anterior vinieron a mi mente poco a poco: la gala de la Fundación, la estúpida de Julia, el momento vivido con Víctor, Enzo esperándome delante de casa...

De pronto, fui consciente de que los brazos hercúleos de Enzo me abrazaban mientras mi espalda estaba pegada a su torso desnudo, dándome cuenta que yo misma estaba tal y como mi madre me trajo al mundo. Podría haberme avergonzado, pero nada más lejos de la verdad. Me sentí a gusto estando denuda a su lado, segura y muy cómoda.

Recordé entonces todo lo que habíamos hablado aquella noche. Por primera vez desde que conocía a Enzo, me había hablado de sus sentimientos por mí, de sus temores y de todo lo que sentía en su interior. El agradecimiento que sentí al ser consciente de lo mucho que lo costó hacerlo, fue lo que hizo que me decantara por darle nuevamente una oportunidad.

Con todo lo que había ocurrido entre nosotros y los numerosos problemas que parecían sucederse uno tras otro, tuve mis dudas sobre si realmente valía la pena seguir apostando por lo que sea que tuviésemos. No obtante, me agradó tanto saber que él parecía amarme tanto como lo hacía yo –a pesar de las dificultades que él parecía tener para hacer las cosas conmigo correctamente– que no pude negarme a la evidencia.

Y es que quería luchar y estar con él hasta estar segura de querer decir basta y, aunque bien sabía que estaba llegando a mi límite, todavía podía darle una última oportunidad.

La sonrisa se apoderó de mis labios en cuanto sentí sobre la superficie de todo mi cuerpo lo que Enzo y yo habíamos compartido no hacía tantas horas en mi cama. Sus caricias, la forma en la que me había besado y susurrado que me quería –incluso durante el trance entre la vigilia y el sueño– parecían algo extraordinario y demasiado perfecto para poder considerarlo incluso un bello sueño, pero yo bien sabía que había sido real.

Enzo pareció estirar su cuerpo mientras me atraía hacia el suyo. Incluso percibí cómo respiraba, secuestrando una gran bocanada de mi aroma.

–Buenos días, preciosa –dijo con una ronca voz, pudiendo notar su cálido aliento en mi nuca, haciéndome estremecer.

–Buenos días, dormilón –contesté yo acariciando la mano que me abrazaba por el vientre.

–¿Es muy tarde? –quiso saber todavía adormilado.

–En realidad no –intuí mirando nuevamente el aún medio oscurecido cielo–. Puedes dormir más, si quieres.

–Me quedo en la cama, pero creo que prefiero hacer otra cosa...

Su voz sonó tan sensual y sugerente que mi cuerpo reaccionó a él tensándose con un escalofrío de calor que acabó provocando un suave y placentero cosquilleo en mi centro.

La respiración de Enzo se había acelerado ligeramente para cuando comenzó a dejar húmedos y sabrosos besos sobre la piel de mis hombros y de mi cuello. Sin dejar de hacerlo, acercó su cuerpo al mío y pude sentir rápidamente cómo su matutina erección chocaba duramente contra el bajo de mi espalda, haciéndome suspirar.

El sonido de su teléfono móvil quiso irrumpir en nuestra intimidadc queriendo destrozar el momento. Enzo me pidió que lo obviara mientras seguía besando mi cuello y ahora acariciaba mis pechos. Sin embargo, pocos segundos después de dejar de sonar, volvió a hacerlo. Esa vez con el sonido de un mensaje también en mi teléfono.

–Deberías cogerlo –dije muy a mi pesar con un susurro de excitación que no fui capaz de controlar.

–No pienso dejar esta cama hasta hacerte mía.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora