Me sentía rabiosa, inquieta y con una sensación de vacío en el estómago que a penas me dejaba respirar con normalidad.
Para colmo, el ascensor parecía estar riéndose de mí: por muchas veces que apretase el botón, subía y bajaba algunas plantas pero nunca llegaba a la última –en la que estaba yo–.
Incluso sopesé la idea de ir por las escaleras, pero no tenía ni la menor idea de dónde se encontraban así que, para no hacer el ridículo recorriendo toda la planta haciendo obvio lo perdida que estaba –y no solo en cuanto a la escalera–, decidí esperar lo que hiciese falta al ascensor.
Mi pie golpeaba el suelo con rapidez y mis brazos se encontraban cruzados bajo mi pecho cuando un vaso de cartón humeante se posó delante de mí. Seguí la mano de quien lo sujetaba para encontrarme con Víctor que, aunque me sonreía, parecía ser más que consciente de mi estado de nerviosismo y enfado.
–Es para ti –me animó a cogerlo.
–Lo siento, pero si es un café no creo que me vaya a venir bien –contesté algo duramente.
–Tranquila. Es un té de Melisa. Te hará sentir mejor –me hizo saber, sabiendo que ese tipo de té tenía propiedades relajantes.
Sin más y dedicándole una sonrisa de agradecimiento, cogí el recipiente y mi cuerpo pareció irse destensando poco a poco. Comencé a soplar el vaso mientras Víctor se quedaba a mi lado sin decir nada –aunque reconfortándome con su simple presencia–, pero volví a alterarme cuando, nuevamente y después de ver cómo el ascensor llegaba a la planta treintaidos, este volvía a bajar.
–Dios. ¿Qué le pasa al maldito ascensor? –me quejé– ¿Tú sabes dónde están las escaleras?
–Se accede por esa puerta de allí –dijo señalándome una puerta que había a algunos metros de nosotros–, pero quizás deberías tomar un respiro antes de volver.
Víctor no podía tener más razón. Seguía alterada y llegar en ese estado a mi puesto de trabajo solo haría que suscitar preguntas en Daniel –y eso sin contar a Mercedes–.
–Tienes razón –musité.
–Ven. Iremos a mi despacho y hablaremos un rato mientras te calmas –me ofreció él amablemente.
–No quiero molestar, Víctor. Ya has hecho suficiente trayéndome la Melisa –quise excusarme.
–No molestas, Lara. Ha sido una mañana dura para todos y nos vendrá bien charlar un poco, ¿no crees? –insistió con una mirada tan cristalina que no pude negarme.
Cuando llegamos a su despacho, el que estaba no demasiado lejos del de Enzo, me sorprendí por lo grande que era este también. No parecía tan espacioso como el de Enzo, pero no estaba nada mal y estaba decorado con mucho gusto.
–Menudo despachito, señor asistente –bromeé cuando me senté en la butaca que Víctor me señaló con su mano mientras dejaba mi infusión sobre una bonita mesa de cristal que quedaba justo delante.
–Sí, no me quejo. Ser el hermano del CEO tiene sus ventajas –confirmó.
–Y que lo digas.
Un silencio para nada incómodo se adueñó de la estancia. Sabía que Víctor estaba esperando a que yo comenzase a hablar, pero no sabía hasta qué punto quería que él, el hermano del hombre que convertía mis emociones en un auténtico torbellino, fuese mi confidente.
Aunque me temía que ya era demasiado tarde.
–¿Quieres hablar de lo que ha pasado? –preguntó él, sentándose al fin frente a mí.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...