Su cristalina y triste mirada, aquella que reflejaba todo el dolor que yo mismo estaba causando en ella, fue más que suficiente para delegar mi responsabilidad aquella noche como presidente de la Fundación a Fran, uno de mis hombres de confianza. No podía permitirme verla marchar de aquel modo por muy bien que supiese que cuidaría mi hermano de ella.
Era plenamente consciente de que no estaba manejando la situación de la mejor forma posible, pero eran tantos los frentes que tenía abiertos –tanto con mi relación con ella, como con la empresa, los Sanz o mi propia familia– que me sentía completamente perdido e indefenso.
Sin embargo, no podía seguir causando que ella se alejase de mí como sentía poco a poco que estaba haciendo. Sin Lara, entonces, sí que nada tendría sentido para mí. No quería ni imaginar el profundo y oscuro agujero negro en el que sabía a ciencia cierta que acabaría por caer si ella se alejaba de mí.
Me desesperé al tener que escuchar los reproches de Julia por tener que irme y acabé por perder la paciencia en cuanto, al conducir hasta su casa, la cantidad de tráfico que había a aquella hora me hizo pensar que jamás lograría llegar hasta ella.
Era tanta la rabia, la frustración y el miedo que sentí en esos minutos del trayecto, que mis ojos y mi mente no dejaron de estar obnubilados por las lágrimas y los malos pensamientos en ningún momento.
Ciertamente, me sentí como un niño indefenso ante tal cantidad e intensidad de sentimientos que ella siempre lograba hacerme sentir, pero me dio igual. Valía la pena volver a sentirme así si Lara estaba al otro lado del camino.
Mi desesperación aumentó en cuanto llegué a su casa y comprobé que, o bien todavía no había llegado –cosa que me parecía extraña al saber que mi hermano y ella habían vuelto en moto– o simplemente no quería ni abrirme la puerta. Fuese cual fuese la explicación a su silencio, tenía clarísimo que iba a quedarme allí hasta que pudiese verla, por mucho que eso significase tener que dormir en el coche.
Bastaron quince minutos de insoportable y eterna espera para ver llegar a una grúa que dejó a algunos metros de mí a Lara y a mi hermano.
En un principio me asusté por lo que pudiese haber pasado, pero me sentí mejor en cuanto comprobé que ambos caminaban sin problemas y no parecían estar heridos.
Tras avanzar algunos metros, quedando frente al portal de Lara, se acercaron y se abrazaron a modo de despedida –gesto con el que no pude evitar sentirme celoso, sobretodo después de saber los sentimientos que mi hermano tenía por Lara–.
Hice luces con mi coche aprovechando que mi hermano quedaba de frente, quien rápidamente fue consciente de mi presencia y se separó de ella.
Por suerte, y aunque la vi dudar en varias ocasiones, acabó por aceptar dejarme subir a su apartamento para hablar. Por muy nervioso y asustado que estuviera por lo que pudiese pasar, no escondí mi felicidad al ver cómo Lara, tal y como hacía siempre que estábamos juntos, se ruborizada o se tensaba en cuanto la miraba o le decía cualquier cosa.
Una vez en su apartamento –en el cuál supe y me alegré de que Carla no estuviese, pues así podríamos estar más tranquilos, sin temor a molestarla–, me encontré esperándola en la cocina mientras ella había salido prácticamente huyendo de mí para cambiarse.
Sentía los latidos de mi corazón y los nervios a flor de piel. No solamente porque auguraba una conversación complicada en la que, una vez más, debía –y con razón– disculparme con ella por mi estúpido comportamiento, si no por el simple hecho de imaginarme que, en aquel momento, debía de estarse quitando el vestido que tan bien le quedaba y que tantas ganas había tenido de quitarle yo mismo aquella noche.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...