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Los continuos escalofríos que sentí por mi cuerpo, provocados por los suaves besos de Enzo en mi cara y mi cuello, fueron los causantes de mi despertar la mañana siguiente a la que, sin duda, había sido la mejor cita de mi vida. Me revolví entre sus brazos, sonriendo sin poderlo evitar, mientras él continuó besando mi nariz, mis ojos, mis mejillas y todo lo que sus labios encontraban por el camino.

—Buenos días, preciosa.

—Buenos días —contesté en medio de un bostezo.

—¿Has dormido bien? —quiso saber, dejando de besarme, mirándome directamente a los ojos.

—Genial.

Él, tras sonreír, se separó un poco de mí y me di cuenta de que comenzó a observar mi rostro detenidamente. Me puse un poco nerviosa y desvié mi mirada mientras frotaba mi cara con una mano. Pensé en que quizás tenía legañas gigantes o el maquillaje que no me quité antes de dormir corrido por la cara, avergonzándome.

—¿Cómo puedes estar tan preciosa recién levantada? —preguntó más bien para sí.

Comencé a notar cómo el rubor subía desde mi pecho hasta conquistar mis mejillas, pero antes de que pudiese darme cuenta se abalanzó sobre mis labios, atrapándolos en un dulce, suave aunque apasionado beso. Cuando su lengua comenzó a danzar junto a la mía a un ritmo sensual y desenfrenado, mi cuerpo pareció prenderse cual mecha. ¿Cómo era posible que con un simple beso consiguiese hacerme sentir tantas cosas?

Su cuerpo, ahora casi encima del mío, desprendía un calor y emanaba un aroma tan delicioso que hubiese cedido a morir sepultada por él. Sin embargo, mantenía su peso apoyado en uno de sus fuertes brazos mientras el otro acariciaba primero mi rostro y luego mi cuello y mi torso, unas caricias tan milimétricamente perfectas que causaron que mi piel se erizase a su paso.

Nuestras respiraciones se aceleraron al unísono, siguiendo el ritmo de nuestro beso. Para entonces, mis manos acariciaban su pelo, su nuca y su espalda sin cesar, sintiendo cómo sus músculos se contraían ante mi contacto. 

Tras varios minutos sin separar nuestras bocas, lo hizo para seguir con sendero descendente de besos que pasó por mi cuello y mi clavícula. Me estaba volviendo completamente loca y sentía ya su erección rozar el lateral de mi muslo.

—¿No decías que no querías sexo en esta cita? —dije a duras penas para provocarle, con la respiración entrecortada.

—En primer lugar, la cita terminó —me hizo saber entre beso y beso—. Además, dije que no tendríamos sexo esta noche y siento decirte que el sol está en medio del cielo ya —siguió con una sonrisa pícara.

—Nada que decir, entonces.

Y aquellas fueron las últimas palabras que compartimos. Lo que vino después fue una sucesión de caricias y besos que nos descontrolaron por completo, acabando por quitarnos la ropa con la que habíamos dormido.

Enzo, con nuestros cuerpos ya desnudos, se puso encima de mí y nos besamos nuevamente con una pasión desmesurada que me hizo gemir al sentir la manera en la que succionaba y mordía mi labio inferior con maestría.

—Me encanta tu boca... —murmuró volviendo a ella con una voz grave y aterciopelada, fruto del deseo, que no me dejó indiferente.

No pude decirle nada. Todas las sensaciones que sentía por el cuerpo me lo impedían. Cuando comencé a sentir mi boca algo dolorida por la fiereza con la que me estaba devorando, de nuevo volvió a descender con sus labios y su lengua por mi cuello, para después pasar por mi clavícula y detenerse en mis pechos. Una vez allí, los lamió con habilidad mientras su mano acariciaba al que no podía atender con su boca. Enzo iba a acabar con mi cordura y no pude evitar gemir sutilmente en un par de ocasiones en las que me clavó sus dientes.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora