Epílogo

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No había manera. Maldije a Carla por haberme recomendado alisarme el pelo, pues parecía imposible que el birrete se sujetase sobre mi cabeza más de diez segundos. ¿Cómo narices iba a aguantar toda la ceremonia de graduación con el maldito birrete cayéndose cada dos por tres?

Por suerte, una compañera de clase tuvo la idea de colocarme dos horquillas justo en el borde de la tela del birrete que, discretamente y sin estropear mi peinado, lograron aguantarlo lo suficiente como para poder despreocuparme de él y disfrutar de la ceremonia –aunque tampoco podía mover demasiado mi cabeza–.

Sí. Al fin había llegado el día. Después de cuatro años de duro estudio, complicados exámenes y exasperantes trabajos en grupo, podría decir que era graduada en derecho. Y no solamente eso, si no que el departamento de Recursos Humanos de F&A me hizo saber, al finalizar las prácticas pocas semanas atrás, que estaban interesados en contratarme. Incluso me ofrecieron la posibilidad de financiarme un Máster para seguir creciendo como profesional del derecho empresarial –oferta que, sin duda, acepté–.

Por suerte y pese a que la empresa entonces comenzó a ser presidida por el hijo mayor de los Sanz y hermano de Julia, la situación diaria no había cambiado nada para los trabajadores, ni siquiera para mí.

Pero echaba de menos poder subir al despacho de Enzo a hablar con él. El simple hecho de saber que ya no estaba algunos pisos por encima de mí, me rompía el corazón, pero aprendí a ir a trabajar con eso imaginando que en Australia le estaría yendo genial.

De hecho, eso es lo que supe que ocurría pocas semanas después de que se fuera gracias a Víctor. Él y yo nos mensajeábamos bastante a menudo e incluso me explicó que había conocido a una chica en Londres con la que había comenzado algo indeterminado, tal y como él me había dicho, pero me alegré por él.

Según me había contado, la empresa de Enzo estaba creciendo como la espuma y ya era una de las corporaciones con más beneficios en el último trimestre tanto en Australia como en Reino Unido y Estados Unidos. No había hablado con él directamente en ninguna ocasión y, por mucho que desease hacerlo, creí –o quería creer–que era mejor así.

Después del fastidioso y largo discurso del Rector de la Universidad y de la Decana de nuestra facultad, comenzó la esperada y emotiva entrega de orlas. En aquel amplio auditorio del palacio de congresos de mi ciudad, en la que se celebraba cada año la graduación de la promoción de derecho, estaban mis padres –quienes extrañamente se sentaron juntos e incluso parecían conversar con cordialidad–, Carla, Daniel y algunos de los amigos del instituto con los que había recuperado la relación después de aquel fin de semana en la casa de la montaña.

Por mi apellido, era una de las primeras en tener que subir a recoger la orla y el título, pero aunque el nerviosismo parecía estarme comiendo por dentro así lo prefería, pues podría disfrutar del resto de la ceremonia tranquilamente desde mi asiento.

–Lara Adúriz Medina –pronunció la maestra de ceremonias.

Una foto mía de cuando era pequeña apareció en el proyector junto a la fotografía típica de graduación con la toga y el birrete, momento en el que escuché como algunos de los allí presentes pronunciaban un Oh que me hizo enrojecer. No me había percatado que a los dos compañeros que subieron antes de mí también se lo habían hecho, así que fue una sorpresa.

No tenía ni idea de que una fotografía así aparecería ni sabía de donde la habrían sacado, pero la idea pareció gustarle al público.

Una vez estuve en el escenario, recogí mi orla y mi título y me coloqué al lado del rector, la decana y los profesores representantes del acto para la fotografía protocolaria. Vi a mi madre emocionada, agachada frente al escenario haciendo fotos junto a los fotógrafos contratados para el acto. Lo pesada que se puso con ellos para conseguir un sitio centrado en el que realizar la fotografía me hizo gracia, haciéndome sonreír.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora