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En cuanto cruzamos la calle, estando ya a pocos metros de llegar al portal, Enzo pareció escucharnos –o percibirnos, pues el sonido del tráfico y de la ciudad borraba cualquier sonido que pudiesen hacer nuestros pasos–. Enseguida su mirada se topó con la mía y una magnífica e hipnótica sonrisa se dibujó en su rostro. Nunca me cansaría de verla.

–Buenas tardes, señoritas –nos saludó cuando estábamos cerca de él, haciendo una graciosa reverencia.

–Se dice buenas noches, don sonrisitas –le contestó Carla haciéndose la borde, aunque bien sabía que ni ella podía resistirse a aquel gesto que parecía criticar.

–Son las ocho de la tarde. Yo no digo buenas noches hasta las nueve –se justificó él, divertido­–. De todos modos, buenas noches si así estás más contenta, porque vengo a hablar contigo –informó al fin.

–¿Conmigo? –repitió ella confundida y sorprendida a la vez.

–Sí. Sé que estáis en una de esas tardes de chicas que nunca he entendido ni tengo intención de entender, pero vengo con el propósito de pedirte que me dejes llevarme a Lara. Tengo una sorpresa para ella y necesito que venga conmigo –anunció.

–Oye, estoy aquí –dije sorprendida por su actitud, aunque sin estar para nada molesta.

–Lo sé, preciosa. Ahora voy contigo –me respondió él, dedicándome una corta aunque intensa mirada.

–¿Me lo estás pidiendo o es mera información? ¿Tengo opción de negarme? –quiso saber mi amiga, jugando.

–Me alegro de que me lo preguntes, porque en realidad no. Es un simple trámite para quedar bien –siguió sonriendo él, molestando a mi amiga a propósito.

–Cuidado, Ferrara. Te dije que te conviene caerme bien –advirtió nuevamente ella.

–Por eso he venido a pedírtelo a ti por mucho que vaya a hacerlo de todos modos. Lo hago para agradarte ­–siguió provocándola Enzo, haciéndola suspirar algo molesta aunque sin poder contener una sonrisa.

–Sigo aquí –insistí cruzándome de brazos.

–Anda. Ve con él, Lara. Llévatelo de aquí –­me animó mi amiga.

–Pero Carla, Jorge...

–Yo me encargo de todo –me interrumpió–. Sería egoísta por mi parte hacerte quedar teniendo planes mejores.

–Pero...

–Nada de peros –volvió a interrumpirme ella–. Al menos que una de las dos disfrute de la noche.

Enzo nos observaba mientras sonreía, complacido con las palabras de mi amiga y por lo que aquello significaba. Las ganas que tenía de estar con él eran demasiadas y bien sabía que no podía negarme a lo que fuese que me tenía preparado. Me moría de ganas por ver de qué se trataba

–Pues todo dicho, nos vamos –anunció él, visiblemente emocionado y entusiasmado con la situación.

–Todavía no he dicho que sí –le provoqué.

Enzo, ante mi juguetona mirada, se acercó a mí como un cazador lo hace hacia su presa: de forma lenta, calculada e intimidante. Se quedó plantado delante de mí, con ese porte que tanto me gustaba y lo atractivo que se veía aún con su traje y una gabardina puesta, lo que me anunciaba que no había pasado por casa.

–¿Vas a negarte? –preguntó sabiendo cuál era mi respuesta perfectamente– Sé que tienes tantas ganas como yo de que estemos juntos –siguió diciendo mientras su rostro se acercaba al mío.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora