La cena de Nochebuena con mi padre había sido, como cada año, una maravilla. Siempre intentaba ayudarle con los exquisitos platos que preparaba para ambos, pero hacía técnicas tan complicadas que la mayoría de las veces me dedicaba simplemente a darle conversación. Preparó deliciosos manjares que luego quería incluir en su carta del restaurante, por lo que me sentía una privilegiada —siempre era la primera en probar sus platos y en darle mi opinión—. Aunque mi paladar era la única guía y conocimiento con el que justificaba mi criterio, mi padre parecía fiarse de mí.
Después de la cena y de darnos los regalos —para él un reloj que sabía que se le había roto en la cocina y que siempre le había gustado y para mí un collar precioso que, creí recordar, me quedé mirando un día que los dos fuimos juntos de compras, embobada—, nos pusimos a ver la trilogía de El señor de los anillos. Ambos la habíamos visto más de una vez, pero nunca lo habíamos hecho juntos a pesar de ser bastante fanáticos.
Acabamos tan tarde con la tercera película que, viendo lo cansado que estaba mi padre para llevarme a casa, me quedé a dormir allí, en mi habitación de adolescente. De pequeña vivía con mis dos padres en una casa de una urbanización alejada del centro de la ciudad, pero desde que se separaron cuando yo tenía doce años, mi padre se había comprado aquella gran casa en uno de los pueblos más modernos y acomodados de la provincia, aunque quedaba a veinte minutos de la ciudad. Sin duda, se trataba de un lugar tranquilo y acogedor en el que pasé gran parte de mi adolescencia hasta que me independicé a los veinte años. A casa de mi madre tan solo iba algún fin de semana más que nada para contentarla, pues no soportaba a su nuevo marido y, desde que fui mayor de edad, ni siquiera eso.
A pesar de haber pasado una estupenda y entretenida velada con mi padre, no pude evitar pensar en alguna que otra ocasión en Enzo. Aún recordaba la cita del sábado y desde el domingo habíamos hablado bastante por mensaje. Eran tantas las ganas que tenía de verle que aquella misma tarde le propuse ir a comer juntos al día siguiente aun siendo el día de Navidad. Aunque en un primer momento pensé que no podría venir por compromisos con la familia o empresariales, aceptó sorprendiéndome y alegrándome. Normalmente comía con mi madre, pero al tener su dichosa subasta solidaria por la tarde no quería que me contagiara su característica ansiedad y nerviosismo. Además, comer con Enzo iba a ser mucho más interesante, sin ninguna duda.
Cuando me desperté aquel miércoles, mi padre se ofreció a llevarme a casa y se lo agradecí, pues siendo festivo no sabía qué combinaciones de autobuses hubiese tenido desde su casa. Une vez llegué, casi a mediodía, me metí en la ducha de inmediato, pues en una hora Enzo pasaría a buscarme. Me vestí con unos tejanos ajustados negros, un jersey de hombro caído de color blanco roto y con unos botines de color caramelo, el mismo de la gabardina que decidí ponerme.
Justo cuando acabé de secar mi pelo y peinarlo en una coleta alta, recibí un mensaje de Enzo diciéndome que acababa de llegar y que estaba a unos diez metros del edificio, saliendo a la izquierda. Sin embargo, cuando llegué a bajo, me estaba esperando en el mismo portal.
—Soy capaz de caminar diez metros a la izquierda sin compañía —comenté para meterme con él una vez abrí la puerta.
—Lo sé, pero quería verte ya.
Y dicho eso me cogió por la cintura con su brazo, acercándome a su cuerpo y besándome con una ferocidad que me dejó sin aliento.
—Vaya... —comenté una vez nos separamos, todavía impresionada por su beso.
—Tenía ganas de verte —susurró mirándome directamente a los ojos.
—Ya veo, ya.
Durante el camino en coche le expliqué cómo había sido la noche con mi padre y pareció alegrarse de verme tan contenta. No obstante, al querer saber cómo le había ido a él, una especie de sombra pareció pasar por su rostro y solo me contestó con evasivas o diciéndome que me lo explicaría mientras comíamos.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...