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No había conseguido nada nuevo. Aquel lunes decidí ir a la empresa pese a seguir dolorido y a penas poder respirar sin sentir dolor en mis costillas, pero tenía tantas ganas de ver a Lara que el dolor quedó en un segundo plano. Haberla visto tan triste, a pesar de que estaba guapísima con aquel traje y la coleta, me desgarró el alma. No soportaba verla así. No soportaba no poder hacer nada por ayudarla. Tenía que hacer lo que fuese por saber qué le había ocurrido para llegar al punto de transmitirme con su mirada lo mucho que me necesitaba mientras su cuerpo se alejaba de mí en cuanto estábamos mínimamente cerca.

Aquellos días me estaba quedando en casa de mis padres, sobretodo por insistencia de mi madre y básicamente porque no podía hacer nada solo sin resentirme de dolor. No obstante, quería recuperarme lo antes posible para poder volver a mi apartamento. Aquella casa para mí se había convertido en un ambiente bastante hostil y sentía que, con mi presencia allí, solo querían controlarme.

Cuando llegué a la casa en la que había crecido después de la en balde conversación con Lara, estaba dispuesto a hablar con mi madre para que me explicase qué le había dicho exactamente en el hospital y por qué, pues al parecer era algo que no gustó a Lara y Víctor ya me dijo que él creía que, si Lara no había vuelto a verme mientras estaba allí, fue justamente por eso.

—¡Hijo! —gritó mi madre en cuanto me vio entrar— ¿Dónde estabas? Estaba preocupada. ¡No deberías moverte de casa!

—No estoy inválido, mamá —respondí con desdén—. Me acerqué a la empresa para arreglar algunos asuntos.

—¿Y cómo has ido? Tu coche nuevo no llega hasta el jueves.

—Hay una cosa que se llama taxi —seguí diciendo mientras subía a mi habitación. No tenía ganas de seguir escuchándola.

—Un taxi no es para ti, cielo. Habernos avisado y llamamos al chofer de tu padre.

—Sabes que no me gustan ese tipo de lujos innecesarios.

—Qué cosas tienes... —se quejó.

A pesar de haber crecido entre algodones y provenir de una familia bastante adinerada, nunca me habían gustado aquel tipo de cosas, como el tener un chófer, un cocinero o alguien que te fuese incluso a hacer la compra. Son aspectos que pertenecen al día a día y a los cuales puedes encontrarle el gusto. Nunca entendí qué hacía mi madre todo el día si nunca había trabajado ni se había encargado de esos quehaceres rutinarios.

—Por cierto, mamá. Víctor me contó que Lara estuvo en el hospital y que la echaste de malas maneras —comencé volviendo a bajar las pocas escaleras que había subido hacia el segundo piso, donde se encontraba mi habitación.

—¿Eso te ha dicho tu hermano? Simplemente ella no es de la familia, no podía estar allí. Yo estaba muy nerviosa y sí, hice que se fuera porque solo quería que estuviese contigo tu familia, hijo —se justificó intentando sonar apenada pero sin creerme nada de su actitud.

Hasta entonces aquello había funcionado siempre conmigo, pero incluso yo me sorprendí de lo ciego que había estado. Mi madre actuaba fatal y ahora era capaz de ver la falsedad como una extensión de sus movimientos y palabras.

—Me hubiese gustado que ella estuviese allí y sé que se preocupa por mí. No deberías haberla tratado así.

—¿Por qué no la olvidas ya? Esa chica se preocupa por tu dinero, Enzo. No por ti. ¿Cuándo lo vas a entender? —comentó con desprecio.

—¿Cuándo vas a entender tú que eso no es cierto, que es mi vida y soy yo quien decide con quién estar? —quise aclararle— La necesitaba a mi lado y tu discusión con ella la apartó.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora