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Cuando llegamos a la discoteca, Jorge entró el coche en el parking reservado. Nada más bajar, la enorme fila de jóvenes que esperaban poder entrar al lugar pese a ser todavía algo pronto, se giró a mirarnos para cuchichear de inmediato.

Noté que muchas miradas se mantenían curiosas sobre Víctor y es que, al igual que su hermano, no podía ocultar su atractivo y esa forma de andar que ahora veía tan característica de los hermanos Ferrara. Además, el hecho de que uno de los porteros del local saludase a Víctor para dejarnos entrar al momento, tampoco ayudaba a no llamar la atención.

Una vez dentro, una mujer muy atractiva y vestida con un elegante vestido rojo saludó a Víctor de un modo bastante cariñoso para después guiarnos con su movimiento de caderas hacia las escaleras que llevaban hasta la zona reservada que teníamos aquella noche.

Una vez subimos las iluminadas escaleras de cristal, llegamos a un espacio amplio con varios sofás ya ocupados con gente charlando y bebiendo, pero la mujer nos guió hasta una mesa rodeada por dos sofás vacíos que ya contaba con una botella de champagne en el centro.

­–Os he reservado el mejor sitio del privado. Desde aquí se ve toda la pista de baile principal y estaréis más cómodos –anunció la mujer.

–Gracias, Davinia –le agradeció Víctor, dándole un beso en la mejilla provocando que aquella mujer, aún siendo seguramente varios años mayor que nosotros, se sonrojara.

–Esto es genial –comentó Jorge tirándose al sofá una vez Davinia nos dejó solos.

–Ya ves. ¡Somos VIP! –gritó mi amiga entusiasmada sentándose al lado de Jorge, muy cerca de él, logrando incluso inquietarle.

–¿Te gusta? ­–me preguntó entonces Víctor.

Observé a mi alrededor. No podía negarse que el lugar era bonito, bien decorado y espacioso. Le daba un aspecto elegante a la vez que no se dejaba a un lado el ambiente festivo que caracterizaba al Mai Thai. Además, detrás de nosotros había el espacio suficiente para bailar y, de hecho, algunas personas ya lo hacían.

–Está bien –comenté intentando sonreírle. Seguía sintiendo ese extraño nerviosismo en mi estómago.

–Está bien... –se burló mi amiga– ¿Bromeas?

–Déjala, al menos ha venido –me defendió Jorge–. Tomémonos esta botella y ya verás como en un rato te gusta más –ofreció divertido.

¿Qué podía hacer? No quería amargarle la noche a nadie, así que debía hacer todo lo posible para, al menos, divertirme yo también.

Me senté en el único sitio libre que quedaba, justo al lado de Víctor, aunque intenté hacerlo prudentemente separada de él. Sin embargo, e incluso diría que de forma automática, él se acomodó en el sofá juntándose un poco más a mí, aunque sin presentarme atención.

Jorge fue quien abrió con habilidad la botella de champagne y rápidamente nos sirvió aquel apetecible líquido dorado en las copas. Beber me ayudaría a quitarme de la cabeza esas ideas sobre Víctor y a pasármelo mejor con quien, no podía olvidar, seguían siendo mis amigos.

El ambiente de la discoteca cada vez era mejor, y pocos minutos después de nuestra llegada la pista de baile estaba llena y se anunció el aforo completo, invitando a todos los allí presentes a un chupito, incluidos, claro, nosotros.

–Por esta noche ­–dijo Jorge alzando el vaso para brindar.

–Porque todo salga bien –le siguió mi amiga desconcertando un poco a Jorge al no entenderla y ver cómo se bebía su chupito de inmediato, haciéndome reír.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora