Durante el trayecto en la grúa, y a pesar de los esfuerzos del técnico por mantener una agradable conversación, el ambiente electrizante y tenso que se creó entre Víctor y yo fue más que palpable. Parecía, sin duda, que la situación vivida minutos atrás nos incomodaba a ambos. Una vez más, mi mente permanecía confundida por lo ocurrido, pues por segundos percibí su deseo y yo misma deseé besar sus labios.Ambos nos encontrábamos sentados en la parte de atrás del vehículo que llevaba en su remolque a la estropeada moto de Víctor. Cada uno de nosotros estaba sentado en una esquina de la cabina, como si intentásemos estar preparados para poder huir en cualquier momento o nos estuviésemos protegiendo de nuestra cercanía.
No me gustaba para nada sentirme tan lejos de él –y no solamente a nivel físico–. Incluso a medida que iban pasando los minutos, me sentí cada vez peor conmigo misma y, nuevamente, con unas ganas de llorar que poco tardarían en superarme.
Menuda noche.
–¿Les dejo a los dos en la misma dirección? –preguntó el hombre mientras llegábamos a mi calle.
–No –contesté.
–Sí –dijo Víctor a la vez.
Nos miramos. Víctor entendió la confusión de mi mirada, pero más bien sentí miedo al no saber qué tenía pensado hacer bajándose en mi casa. ¿A caso...?
–Tranquila. Iré caminando hasta mi apartamento –me tranquilizó, borrando cualquier mal pensamiento que pudiese haber llegado a mi mente–. Necesito que me dé el aire –siguió diciendo mientras bajaba su mirada, sin poder mirarme por más de algunos segundos en los que leí el dolor y la decepción que sentía en sus ojos.
Odiaba verle así. Me odiaba por haber podido propiciar una situación confusa y que pudiese sentirse mal por lo que podría haber pasado, pues la culpa era simplemente mía. Víctor siempre había sido bueno conmigo, me trataba y me entendía como pocas personas y yo se lo agradecía comportándome como una niña confundida.
–Víctor, yo... –comencé a decir, intentando disculparme en un susurro que dudé incluso si pudo haberlo oído.
–Hemos llegado –nos anunció el conductor–. La moto estará arreglada mañana a primera hora en el taller.
–Gracias –le agradeció él, abriendo la puerta–. Mañana estaré allí.
Imitando sus movimientos y tras dedicarle un tímido «buenas noches» al hombre que nos había traído a casa, también bajé del vehículo. Nos encontrábamos a pocos metros del portal de mi casa. En cuanto la grúa desapareció por el horizonte, Víctor y yo comenzamos a andar en un tenso silencio que podía sentirse a quilómetros –o eso al menos me parecía a mí–.
El corazón se me aceleraba con la mera posibilidad de pensar que quizás él quería acompañarme por algún motivo más que el simple hecho de dejarme ante mi casa, sin saber muy bien el motivo de esa reacción. Pero las dudas se disiparon en cuanto se decidió a hablar.
–Siento nuevamente si te he hecho sentir incómoda con... bueno, con lo que ha ocurrido antes –dijo avergonzado y sin mirarme.
–No, tranquilo... –intenté disculparlo para que no se sintiese mal, aunque la que no estaba tranquila en ese momento era yo.
En cuanto llegamos a mi portal, nos quedamos uno en frente del otro, mirándonos. A penas llovía ya, pero nuestras miradas parecieron bajar a la vez hacia nuestros atuendos dándonos cuenta entonces y a la vez de que todavía llevábamos el abrigo del otro.
Sonreí. No pude evitar reír por dentro al imaginarme lo que habría pensado el conductor de la grúa sobre los abrigos que llevábamos –sobretodo el de Víctor–.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...