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Hace 6 años...

Dos años atrás, Raoul pensaba que jamás sería capaz de superar los miedos que invadían su cuerpo. Creía imposible hacerles frente, se convencía de que lo iban a derrotar una y otra vez. Aquella inseguridad que se instalaba en su cuerpo, aquel miedo que se apoderaba de él cada vez que esos sentimientos se hacían presentes, había llegado a convencerlo de que debía cambiar, que los sentimientos que aparecían cada vez que un chico llamaba su atención, eran erróneos.

Qué equivocado estaba.

Raoul había aprendido a perder el miedo, o más bien, había aprendido a esquivarlo. Aprendió a aceptarse, aprendió a sentir y aprendió a dejarse llevar. Por eso estaba allí, dejándose llevar por esos besos que le encantaban, por esas manos que poco a poco lo encendían, por esos rizos y esos ojos que lo volvían loco.

Nunca pensó que alguien pudiera gustarle tanto, nunca pensó querer de esa manera a otra persona y tener la suerte de ser correspondido. Pero así era, porque en ese momento estaba tendido en su cama, sintiendo las manos de su novio sobre su pecho desnudo, sintiendo el sabor de sus labios mientras creaban una guerra con sus lenguas. Allí estaba Raoul, dejándose llevar por todos sus sentimientos.

Una de sus manos se perdió en los rizos del contrario, mientras la otra lo sujetó por la espalda para mantenerlo más cerca. Siguieron besándose, como llevaban meses haciendo, hasta que sus pulmones exigieron oxígeno y tuvieron que separarse. Sus miradas se encontraron y ambos se observaron con los labios hinchados de tanto besarse, con la respiración agitada y con las mejillas sonrojadas.

—Tienes unos ojos preciosos —escuchó Raoul, y sus mejillas se sonrojaron más aún.

—¿Qué dices? El verde de tus ojos es el precioso. —Volvió a besar sus labios con una sonrisa de por medio—. Me encantan desde la primera vez que los vi.

—¿Cuando pensabas que era un gilipollas? —preguntó mientras dejaba cortos besos en su cuello.

—Todavía lo pienso, por momentos. —Rieron y volvieron a besarse.

—Eres idiota.

—Idiota, tú.

Damián se levantó de la cama y acomodó un poco su ropa arrugada por los toqueteos de su novio. Raoul hizo lo mismo, arregló su camiseta, que había sido un poco subida de lugar por las caricias ajenas, se miró al espejo y peinó su tupé mientras su novio lo imitaba.

—Me gustas más despeinado —aseguró el más alto acercándose por detrás para dejar un beso en la nuca de Raoul.

—Y a mí me gusta cuando mi madre nos encuentra en el salón, y no metidos aquí. —Giró para quedar frente a Damián—. Venga, tira que debe estar por llegar.

—Pero si no estamos haciendo nada...

—Ya. ¿Se lo quieres explicar tú?

—No, no, no, qué va.

—Entonces tira, venga.

Bufando un poco, Damián salió de la habitación con Raoul siguiendo sus pasos. Llegaron al salón, se acomodaron cada uno frente a sus respectivos libros y pocos minutos después escucharon la lleve girar en la cerradura de la puerta.

—Por un pelo —susurró riendo.

—Shh, calla —ordenó Raoul justo cuando Susana apareció cargada con las bolsas del súper, se levantó de inmediato para ayudarla y Damián hizo lo mismo—. Dame, mamá, que te ayudo.

—¿Quedan más en el coche? Puedo ir por ellas —ofreció el castaño.

—No, cariño —Susana se acercó para besar la mejilla del chico—. Ago trae lo demás, no te preocupes.

Confundidos - Ragoney (en Edición)Where stories live. Discover now