Capítulo 53

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P.O.V. NATALIA

Alba y yo íbamos en un taxi rumbo a su casa. Esos días en Pamplona nos habían servido para olvidar la discusión de la anterior semana, dándonos cuenta de que ninguna de la las dos debía cargar con la culpa de nuestros miedos.

Deslicé mi mano por el aire que nos separaba y entrelacé nuestros dedos, haciendo que dejara de mirar por la ventana y me mirara a los ojos con una sonrisa sincera, como lo que de verdad nos ataba.

El día anterior Alba y mi madre habían hablado. La rubia había entendido que de momento, lo que debían hacer, era dejar pensar a mi madre en la mejor solución, dejar que investigase un poco mas sobre ese ámbito y sobre su caso.

Alba conocía a Álex, y me había contado que dudaba mucho que traicionara a sus palabras. Las fotos no iban a aparecer, o eso esperábamos, a no ser que incumpliésemos lo que el chico nos había pedido, así que la tranquilidad reinaba en una pequeña parte de nuestro cerebro, y recurríamos a ella cuando las malas premoniciones decidían apoderarse de nuestros pensamientos.

El taxi avanzaba entre las calles de Elche, que me dejaban contemplar la gran cantidad de palmeras que reinaban en cada esquina. Las palmeras desaparecieron al alejarnos de la zona central de la ciudad, y nos metimos en una especie de urbanización llena de casas con apariencia antigua.

El vehículo frenó en las puertas de una pequeña casa muy bonita, con puerta y contraventanas de madera. Alba soltó mi mano, dejándome entender que habíamos llegado hasta su casa y que el taxista no se había equivocado.

Una vez en la calle sacamos las maletas del coche, pagamos al conductor y, viendo como desaparecía calle abajo, miré a Alba con una sonrisa. Ya conocía a su familia, y aunque nuestra primera toma de contacto acabó en drama, la última había sido de lo mas agradable.

Su madre nos abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, y su padre se apresuró en coger nuestras maletas y llevarlas a una habitación al final del pasillo que supuse que era de Alba.

Marina apareció con el pelo mojado por el mismo pasillo por el que su padre había arrastrado nuestras maletas y corrió hasta nosotras, uniéndonos a las tres en un abrazo.

Me enseñaron todas las habitaciones de la casa, incluida la buhardilla, la cual usaban como trastero o habitación para las "fiestas de pijama". Volvimos al salón y Alba y yo nos sentamos en el sofá. Sus padres salieron de casa ya que tenían que ir a hacer un recado y su hermana se sentó enfrente de nosotras, con la chimenea apagada a sus espaldas y la televisión de la casa en su cabeza.

Nos miró con una sonrisa y suspiró, provocando nuestra risa.

- Solo quería deciros que hoy me he encontrado con Paula, Alba - Explicó.

- Paula es mi mejor amiga de toda la vida - Me contó Alba. - Que te ha dicho?

- Que ésta noche hay una especie de fiesta en su casa. Me ha dicho que te diga que es una fiesta de las suyas, que tu lo entenderías.

Alba rio y se puso la mano en la cabeza negando con ésta levemente, bajo mi atenta mirada, que se unía a la de su hermana esperando a que nos contase como eran las fiestas de su amiga.

- Las fiestas de Paula se basan en comprar muchas cervezas, hierba y llevar todos los instrumentos posibles. Son las fiestas mas tranquilas del mundo, y la verdad es que me lo paso mejor en éste tipo de fiestas que en muchas otras con más ritmo. - Dijo, mirándonos - Paula es bastante perroflauta. Me encanta.

- Pues la verdad es que me apetece una fiesta calmada - Reconocí, riendo levemente por la sinceridad que tenía Alba ante su hermana. Me parecía admirable.

- Tu vas a venir? - Le preguntó Alba a su hermana.

- Que va, Lucía tiene la casa vacía y nos ha invitado a unas cuantas a pasar la noche. De hecho hace un rato me ha dicho que cuando quiera puedo ir para allá.

- A ver que hacéis. - Le reprochó su hermana, con un tono burlesco.

- A ver que hacéis vosotras, nosotras no tendremos drogas a nuestro alrededor.

- Tiene razón - Admití, levantando la mano.

Las dos hermanas rieron y yo me uní a ellas a los pocos segundos. Marina desapareció por el pasillo y, a los diez minutos, salió con todo lo necesario por la puerta de casa, no sin antes despedirse de nosotras. Me levanté del sofá y anduve por la casa. Alba me seguía de cerca con una sonrisa.

Me paré en mitad del pasillo, cuatro fotos colgaban de la pared blanca en perfecta simetría. Me entretuve observando a las hermanas Reche de pequeñas, con esa sonrisa de niño que cree que el mundo es mucho más fácil.

Nunca había rechazado en mi cabeza la idea de tener hijos, me parecían el reflejo de la transparencia más limpio que se podía encontrar. Eran lienzos en blanco aún por pintar, y las primeras páginas decidían los trazos de las demás, como una premonición de lo que serían en un futuro. Las infancias son la base de la vida, y no porque sea lo primero que vives, sino porque descubres tus propios cimientos, los cuales se rigen de tus vivencias, y son tanto esenciales como inolvidables.

Alba me rodeó con sus brazos por la espalda y yo sonreí, poniendo en piloto automático a mis pensamientos.

- Tus hijos van a ser preciosos - Le dije, mirando aún las fotos. Soltó una carcajada y dejó un beso en mi espalda.

- Que tonta eres. Los tuyos van a ser preciosos y artistas. Van a nacer componiendo con el llanto.

Me reí y se separó de mi, dejándome avanzar por el pasillo. Llegué hasta su habitación, que en el tour rápido que me había hecho la familia por la casa no había podido apreciar, y me fijé en que gritaba la esencia de la Rubia en cada rincón.

La cama reposaba en una esquina de la habitación, mientras que a su lado, y ocupando otra esquina, regía un caballete con un lienzo en blanco encima, esperando a ser pintado. Al lado del caballete una gran ventana dejaba ver el jardín de la casa, en el cual pude imaginarme a las pequeñas Reche, que unos minutos atrás había visto en las fotos, jugar. Encima de la cama un dibujo de un árbol, que ocupaba gran parte de la pared y que supuse que era obra de Alba, se hacía destacar. Me quedé observando cada detalle de ese dibujo, contaba con una precisión y una delicadeza dignas de cualquier museo. En la pared opuesta al gran árbol un escritorio rodeado por una estantería llena de libros y dibujos colgados, estaba adornada por una cadena de luces redondas y blancas.

Aunque la habitación no era muy grande allí se escondía mucha verdad y personalidad. Imaginarme el día a día de Alba en esa expansión de ella misma me hacía imaginármela en su plenitud, sin filtros. Y eso me encantaba, ya que si algo no me gustaba de Alba eran sus intentos de adaptarse al mundo en vez de conformarse en ser ella en su máxima esencia.

- Porque tienes un lienzo en blanco? - Le pregunté.

- Los lienzos en blanco me obligan a crear. Me da rabia verlos y me encanta darles vida, así que la parte creativa de mi cerebro se activa al ver un lienzo en blanco. Si te fijas, la pared que tiene el árbol pintado es la única de la habitación que en un principio era blanca.

- Me encanta tu forma de ver el mundo. Me quedaría a vivir en tus ideas si eso fuese posible.

Alba sonrió y se acercó a mi.

- Ya vives en mis ideas. De hecho... Te prometí que si el dibujo que te hice ese día a lápiz te gustaba iba a dedicarte un lienzo, te acuerdas? Llevo esperando tanto éste momento... Encontrarme a solas, contigo y un lienzo en blanco.

Le sonreí, sonrojándome levemente y la resguardé entre mis brazos aún siendo yo la que me sentía pequeña a su lado.

- Es muy fácil pensarte, Nat - Me susurró.

- Es muy fácil quererte, cariño - Le susurré.

Stupid Love Song ~ Albalia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora