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—Terminamos. Suspiró relajado y estiró un poco las piernas. ¿Quieres verlas?

Natasha asintió rápidamente y camino hacia él, sentándose sobre la jardinera.

Bruce encendió un cigarrillo y se acomodó junto a ella, le pasó la cámara y de inmediato la vista de la pelirroja se clavó en la pantalla.

Miró detenidamente cada foto, sus pupilas se dilataron un poco y una sonrisa amplia se apoderó de sus labios, una sensación de bienestar se apoderó de ella sumando la cercanía con Bruce, todo parecía ser perfecto.

—Ni siquiera tengo palabras. Soltó después de un largo suspiro pero sin mirar a Bruce, cosa que hizo lo hizo llenarse de dudas.

—¿Están mal? Podemos sacar más. Preguntó algo alarmado, después de tanto tiempo por primera vez estaba dudando de su trabajo, ella rió y levantó despacio la mirada, acomodando un mechón detrás de su oreja para poder mirarlo bien.

—Son fotografías increíbles. Se detuvo un momento y rasco su sien. Bruce, yo no puedo pagarte una cantidad adecuada por esto, pero permíteme darte algo de dinero. La vergüenza fue evidente, Bruce negó y apartó la vista para evitar incomodarla más.

—Para mí fue un gran día, gran trabajo y me la pasé bien. Se encogió de hombros y fumo un par de veces para después continuar. Además, no sé si algún día necesite usar estas fotos. Podemos hacer un trato, si por azares del destino, yo necesito usarlas, tú no me cobrarás. Estiró su mano hacia ella. ¿Trato?

Aún avergonzada, ella sonrió y estrecho la mano del pelinegro, moviéndola ligeramente de arriba hacia abajo.

—Por lo menos déjame invitarte la cena. Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro del fotógrafo. Honestamente estoy muriendo de hambre.

—Estoy en la misma situación, comienza a dolerme el estómago así que no me puedo negar. Lanzó el cigarrillo a medio fumar y ayudó a la pelirroja a bajar de la jardinera.

Bruce condujo hasta el pequeño pueblo, la noche comenzó a caer y la brisa fresca se hizo presente en cuanto llegaron.

Caminaron hasta un restaurante que al parecer Bruce conoce muy bien, ya que se dirigió directamente al sitio y llegó saludando a los meseros presentes.

La mirada de Natasha recorrió el lugar, un pequeño local con unas cinco mesas y una barra para 8 personas. Luces ligeras y música suave, un aroma a coco y el ligero humo del incienso saliendo de algunas cajitas decoradas con conchas de mar.

—¿Mesa o barra? Una voz suave saco sus pensamientos a Natasha, Bruce la miro esperando a que ella eligiera.

—Mesa. Dijo con la voz un poco temblorosa.

Siguieron a la pequeña mesera de unos 10 años.

Se sentaron y comenzaron a ver la carta que la pequeña les ofreció.

—¿Me recomiendas algo en especial? Pregunto Natasha sin bajar la carta.

—Todo es bueno aquí. Pero puedes pedir una ensalada, yo pido un paquete de filete y compartimos. Contesto aún con la mirada en el menú.

Natasha asimiló sus palabras, ¿Compartir comida?

¿Cuántos clichés más, Jesús Cristo?

—Vale, me parece una idea genial. Se encogió de hombros intentando parecer despreocupada y lo consiguió.

Ordenaron y Bruce se puso de pie siguiendo a la mesera, le susurró algo al oído y después regresó a su lugar.

Natasha no le tomo importancia y solo sonrió.

La cena llegó y Bruce fue el encargado de dividir las porciones.

¿Quién es la persona más importante para la que has trabajado? Pregunto tranquila, echando un poco de salsa a sus papas.

—Madonna. Natasha abrió los ojos sorprendida. Una amiga suya me compro una sesión especial que hice para una exposición en Corea, después ella se contacto conmigo. Bebió un poco de malteada y sonrió.

—¿Qué tipo de sesión?

—Desnudos. Miro atento la reacción de Natasha y rió al ver que ella palideció un poco. El arte del cuerpo humano, tantos tipos, estamos llenos de arte, te lo aseguro. Se encogió de hombros. Cuando seas toda una modelo, te llegarán propuestas así. Son las mejores pagadas pero no muchas gustan de mostrarse al desnudo.

—Quizá es por el nivel de sexualización que vivimos. Bruce asintió.

—Lo sé, están en todo su derecho. Pero existimos personas que lo apreciamos como lo que es. Arte.

Natasha se encogió de hombros y apretó los labios asintiendo.

Una incomodidad se formó después de esa mini discusión, el tono de molestia de ambos fue notorio y optaron por comer en silencio.

Bruce fue el primero en terminar, centro su mirada en ella, viéndola comer. Natasha frunció el ceño y lo miro en cuanto se percató de su mirada.

¿No necesitas fumar? Cuestionó algo incomoda.

—Oh... Sí, sí, te veo en el auto. Entendió de inmediato que su presencia comenzaba a ser molesta y se puso de pie para salir.

Algunos minutos después la pelirroja salió del lugar, Bruce pudo notar que sus movimientos eran bruscos, molestos.

—¡Tenía que pagar yo! Reclamo una vez subió al auto.

Bruce dio una calada sintiendo el humo pasar por su garganta y sonrió.

—Lo siento. Se colocó el cinturón de seguridad y encendió el auto, arrancando despacio.

Natasha rodó los ojos, para después sentirse un poco mal.

Claro que no tiene motivos reales como para enojarse con Bruce y tratarlo mal después de que perdió un día entero ayudándola, no es una gran forma de agradecer.

—Me recuerdas a los protagonistas de películas románticas para adolescentes. El comentario de la pelirroja hizo reír a Bruce.

—¿Por? La miro de reojo.

—Conduciendo en la noche, en un descapotable, un cigarrillo fino en los labios, el cabello revuelto por el aire pero aún con eso luces bien. Se encogió de hombros. Oh y eres fotógrafo, la cereza en el pastel.

—¿Y esta mal? Ella negó.

—No, eres la perdición para algunas. Se ruborizó un poco.

Quizá estamos en alguna película típica y no lo sabemos, ya sabes, tú eres la niña linda pero malcriada de la historia. Natasha lo miro ofendida haciéndolo estallar en risas.

—¡Yo no soy malcriada! Cruzo los brazos y su ceño permaneció fruncido.

Bruce solo negó sin dejar de reír.

Ambos se centraron en sus pensamientos, para cuando Natasha se dio cuenta ya estaban entrando a su calle.

Aparcaron frente a su casa y de inmediato Clint salió a recibirla.

—Creo que tu hermano ya te espera. Se burló al ver a Clint con los brazos cruzados y con mirada de molestia, Natasha solo sonrió y abrió la puerta para bajar. Adiós, niña malcriada. Ella se detuvo y se giró para mirarlo.

—No lo soy, y aunque lo fuera, yo nunca saldría contigo. Dijo antes de cerrar la puerta, Bruce sonrió y la miro.

Es una lastima.

Hilo. (Brutasha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora