105.Harry 11

62 17 0
                                    

Todos los personajes y la historia pertenecen a JK Rowling.

POV HARRY POTTER 11

La varita de Ron en manos de Lockhart estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Eché a correr hacia la piel de serpiente, escapando de los grandes trozos de techo que se desplomaban contra el suelo. Enseguida vi que me había quedado aislado y tenía ante mí una sólida pared formada por las piedras desprendidas.

—¡Violet! ¡Ron! —grité—, ¿estais bien? 

—¡Estoy bien! ¡Gracias por tu preocupación, cuatro ojos! —la voz sarcástica de Taurus llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras caídas. Rodé los ojos, era el que menos me importaba como se encontrara aunque me alivió un poco saber que se encontraba bien-

—¡Estoy bien! —gritó Violet —. Estoy bien. Pero Ron, no. ¡Está inconsciente y tiene una brecha en la cabeza! Está perdiendo mucha sangre. —dijo con la voz rota.

Mi cara se volvió pálida. No podían volver por donde habíamos venido estaba demasiado empinado, tardarían horas en regresar con la señora Pomfrey. ¡Ron podría morir desangrado!

—Ya os dije que no era buena idea traer al inútil de Lockhart. Ahora ni siquiera recuerda su nombre. Por suerte, cuatro ojos, tu hermano sí trajo a esta misión a alguien con utilidad. Esta semana, como estaba muerto del aburrimiento esperando que Draco se despertara, me he dedicado a leerme los libros de la señora Pomfrey. Sé un par de hechizos para detener hemorragias muy eficaces. ¡VULNERA SANETUR! —gritó Taurus. — ¡Como nuevo! ¡Deja de llorar de una vez, Violet! Me estás poniendo nervioso.—

—¡Es cierto! ¡Se ha detenido la hemorragia! —gritó Violet con la voz aliviada.

Emití un suspiro aliviado.

—¿Y ahora qué? —dijo la voz de Violet, con desespero, parecía que le estaba hablando a Taurus—. No podemos pasar donde está mi hermano. Nos llevaría una eternidad...—

—¡Es muy posible que la comadrejita esté en peligro, así que adelántate, cara rajada! —gritó Taurus. —¡Encontraré una forma de llegar hasta allí y te alcanzaré! ¡Si encuentras a la serpiente, no la mates! ¡La tengo que matar yo! —oí la orden de Taurus.

No tenía ninguna intención de matar a un bicho de varias toneladas y más de 10 metros de longitud, confiaba que al hablar pársel me hiciera caso si me la encontraba y me dejara en paz.

—¡Hasta dentro de un rato! —dije, tratando de dar a mi voz temblorosa un tono de confianza.

Y partí solo cruzando la piel de la serpiente gigante. El túnel serpenteaba continuamente. Sentía la incomodidad de cada uno de mis músculos en tensión. Quería llegar al final del túnel y al mismo tiempo me aterrorizaba lo que pudiera encontrar en él. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vi delante de mí una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes esmeraldas en los ojos.

Me acerqué a la pared. Tenía la garganta muy seca de los nervios. 

—¡Ábrete! —dije en pársel con un silbido.

Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Entré, temblando de la cabeza a los pies. Me hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener el techo.

Con el corazón latiéndome muy rápido, me pregunté si estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna. ¿Y dónde estaría Ginny?

Saqué mi varita y avancé por entre las columnas decoradas con serpientes. Sólo se escuchaban mis pasos. Iba con los ojos entornados, dispuesto a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Más de una vez, el corazón me dio un vuelco al creer que algo se movía.

Al llegar al último par de columnas, vi una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo. Entre los pies de la estatua, boca abajo, vi una pequeña figura con túnica negra y el cabello pelirrojo.

—¡Ginny! —susurré, corriendo hacia ella e hincándome de rodillas—. ¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, que no estés muerta! —dejé la varita a un lado, cogí a Ginny por los hombros y le di la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar...—. Ginny, por favor, despierta —susurré sin esperanza, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.

—No despertará —dijo una voz suave.

Me enderecé de un salto. Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándome. 

—¿Tom?

Tom asintió con la cabeza, sin apartar los ojos de mi rostro.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dije desesperado—. ¿Ella no está... no está...?—

—Todavía está viva —contestó Tom—, pero por muy poco tiempo.

 Lo miró detenidamente. Tom había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo allí aparentaba tener dieciséis años, ni un día más.

—¿Eres un fantasma? —pregunté dubitativo.

—Soy un recuerdo —respondió Tom tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.—

Tom señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que yo había hallado en los aseos de Myrtle la Llorona. Durante un segundo, me pregunté cómo habría llegado hasta allí. Pero tenía asuntos más importantes en los que pensar.

—Tienes que ayudarme, Tom —dije, volviendo a levantar la cabeza de Ginny—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdame...—

Tom no se movió. Sudando, logré levantar a medias a Ginny del suelo, y me incliné a recoger mi varita. Pero la varita ya no estaba.

—¿Has visto mi varita? —pregunté a Tom.

Levanté los ojos. Tom seguía mirándome... y jugueteaba con mi varita entre los dedos.

—Gracias —dije tendiendo mi mano para que Tom me la devolviera.

Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Tom. Siguió mirándome y jugando con la varita.

—Escucha —dije con impaciencia y empezando a cabrearme.— ¡Tenemos que huir! Si aparece el basilisco...—

—No vendrá si no es llamado —dijo Tom con toda tranquilidad.

Volví a posar a Ginny en el suelo, incapaz de sostenerla.

—¿Qué quieres decir? —pregunté—. Mira, dame la varita, podría necesitarla.—

La sonrisa de Tom se hizo más evidente.

—No la necesitarás —repuso Tom.

Arqueé una ceja, extrañado..

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—He esperado este momento durante mucho tiempo, Harry Potter —dijo Tom—. Quería verte. Y hablarte.—

—Mira —dije, perdiendo la paciencia—, me parece que no lo has entendido. Estamos en la Cámara de los Secretos. Ya tendremos tiempo de hablar luego.—

—Vamos a hablar ahora —dijo Tom, sin dejar de sonreír, y se guardó en el bolsillo de la túnica mi varita.

Le miré. Esto empezaba a volverse muy extraño y horripilante. Empezaba a pensar mal de Tom.

—¿Quién cojones eres tú? —oí desde atrás la inconfundible voz de Taurus. Me giré y vi como Taurus apuntaba a Tom con su varita mientras se acercaba a nuestra posición. Venía sólo. Ni rastro de mi hermana, Ron o Lockhart. —¿No querías hablar ahora? ¡Pues habla! —ordenó Taurus. —

—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Tom, con una sonrisa amplia.

Efecto Mariposa - DramioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora