«Y es cuando otras personas se involucran en su destino, que se dan cuenta que los problemas que habían atravesado a sus dieciocho años no se comparaban a los de diecinueve, y que proteger su corazón resulta más difícil que intentar salvar al mundo...
Su largo vestido acariciaba sutilmente el suelo donde se encontraba caminando. Sonrió al ver como las nubes se tornaban de un color gris; aunque para muchos un cambio de clima tan repentino, como lo era de calor a frío, los ponía tristes, a ella le causaba una sensación agradable al principio, ya que le recordaba a su apuesto hermano mayor. Sus labios se fruncieron, causa de hacer esfuerzo por mantener las lágrimas dentro de sus cuencas oculares, pero era algo inexorable, ella lo extrañaba demasiado y haber sido tan cercana a él no era de mucha ayuda. En cuanto escuchó unos pasos a lo lejos, con el pañuelo blanco de seda que tenía en mano, se secó la lágrimas y respiró profundo con el objetivo de pretender que estaba perfectamente bien. La menor se paró al lado de ella, ambas frente a la ventana más grande del palacio no pudieron evitar observar con detenimiento como la lluvia daba inicio, creando un ambiente nostálgico con música tranquilizante de fondo. La pelirroja entrelazó su mano con la de ella y le dedicó una sonrisa de labios.
— Otra vez llorando, ¿Verdad? — interrogó, sabiendo que estaba en lo cierto.
La mayor asintió, tratando de sonreír, pero lamentablemente las lágrimas volvieron a caer.
— Lo extraño. — admitió, intentando no sollozar.
— Hyunjinnie debe estar bien, no te preocupes por él, hermana. — murmuró con tranquilidad la menor; la mayor asintió.
— Lo sé, siempre supo como hacerse querer, a pesar de hacer estupideces. — comentó la peli negro y ambas rieron.
— Yeji, eres más linda cuando sonríes. — dijo sonriente la pelirroja.
— Dame un abrazo. — pidió con ternura su hermana y la menor asintió sonriente, para luego obedecer ante su pedido. — Eres la mejor hermana menor, Yuna.
— Eso me dijiste a mí ayer. — irrumpió en el lugar una tercera voz femenina.
La muchacha se acercó a las dos con un puchero triste en los labios; ambas extendieron sus brazos para que se una a su abrazo, lo cual no pasó, puesto que el semblante de la recién llegada cambió a uno serio.
— Me encantaría pasar un momento agradable entre sus brazos, pero nuestros padres me mandaron a llamarte, Yeji. — anunció con firmeza; la mayor se quedó desconcertada.
— ¿Sabes por qué? — interrogó temerosa.
— No me dijeron, pero no creo que sea algo realmente malo. — admitió, intentando aminorar la tensión del ambiente que trajo consigo la noticia; la contraria le dedicó una mirada a la menor de las tres, la cual también la miró, luego vio a Lia y asintió.
— De acuerdo.
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Sus labios se encontraron nuevamente con delicadeza. Sus besos no duraban mucho, eran cortos y dulces, tal y como le encantaban al menor. Después de todo, un beso muy largo dejaba a sus labios un poco calientes y aquello no era de su agrado para nada, pues Felix amaba a Changbin, pero no a su calentura.