Capítulo 25

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—¡Quién te crees que eres! —gritó Lydia jalando el brazo de Perséfone—. No voy a permitir que vengas a insultarme sin más. 

—No lo habría hecho si no te hubieras puesto histérica ante una sola recomendación —dijo Perséfone tirando de su brazo.

    Miró detrás donde el hombre se acercaba hasta llegar a ellas. 

    Este le miró con una sonrisa maliciosa y después miró a Lydia. 

—Será mejor que volvamos dentro —dijo mirándola—. No hagas caso a gentuza.

    Se dio la vuelta para irse. 

—¿Ya te dijo que está casado? —preguntó Perséfone—. ¿Ya fanfarroneó sobre todo el dinero que seguramente dice tener? ¿Ya te dijo que inviertas con él? ¿Que le gustas? No tengo nada en contra de que te gusten los mayores pero hasta entre los perros hay razas, querida, este sujeto no es una opción, más bien es un violador en potencia.

—¿Cómo sé que no eres una mentirosa? —inquirió. 

—Lydia, cariño, no creo que sea buena idea hacerle caso a esta mujer…

—¡Tú cállate! —exclamó Lydia—. Estoy hablando con ella. 

—No acostumbro a mentir —respondió Perséfone—. Me tiene sin cuidado si me crees o no, al menos, mi conciencia está tranquila de saber que te he advertido. 

—Tu arrogancia te hace idiota —dijo Lydia—. No me dejo llevar por chismes. 

—La misma arrogancia que a ti te hace estúpida —contraatacó con una sonrisa de burla—. Si piensas que eres infalible creo que deberías ir al psiquiatra. 

—Creo que la que va a ir será otra —dijo Lydia. 

—Creo que no me has entendido —respondió Perséfone con una sonrisa irónica que rivalizaba con la de Lydia Petrova—. Si sigues con ese hombre vas a terminar muerta o sin dinero, ultrajada y en psiquiátrico. ¿No es eso lo que haces? —agregó dirigiéndose al hombre—. Te gusta robar, acosar a tus empleadas, más bien a las empleadas de tu esposa, las citas de noche con algún pretexto y luego abusas de ellas, ¿por qué no le cuentas a esta niñata cuántas denuncias tienes en Irlanda por violación? 

    Se giró hacia Lydia y sonrió. 

—No lo sabías, ¿verdad? —preguntó—. Puedes corroborar, si investigas bien seguro que das con la información antes de que él la elimine. 

—Yo no me llamo Arthur —dijo el hombre apretando los dientes—. Todo esto se ha debido a una confusión. 

—Ninguna confusión y lo sabes —dijo Perséfone acercándose a él—. ¡La mataste, mataste a mi mejor amiga! Ella me lo dijo, lo confesó una noche antes de que la mataras.

—No sé de lo que hablas —dijo el hombre.

—¿No recuerdas a la francesa del restaurante? —preguntó—. ¿No recuerdas que ella era feliz? ¿Ya se te olvidó que la acosaste y abusaste de ella y que cuando ella resultó embarazada acabaste con su vida? 

—¡Cállate! —gritó el hombre que miró a Lydia—. No tienes que creer todo esto, cariño.

—¿Tienes pruebas además de la palabra de tu amiga? —preguntó Lydia mirándola directamente a los ojos. 

—No, físicas ninguna pero…

—Pero nada —interrumpió Lydia—. Si solo traes un chisme esto se vuelve un circo. 

—Entonces siento compasión de tus amigas —dijo mirando a Lydia—. Si no aprendes a conocerla y a saber que no te mentirían entonces quien se diga amiga tuya está perdiendo su tiempo contigo. Yo sabía que no ella no mentía y cuando supo que estaba embarazada la desapareció. 

DESHACER AL ÁNGEL. (El Club De Los Desterrados 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora