45- Ira

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Samuel quería destruir todo lo que tenía a su paso, tenía ganas de matar a Polo a golpes, tenia ganas de gritarle a Carla todo el dolor que sentía, tenia deseos de que todo aquello no fuera más que una pesadilla y por eso decidió salir de los límites del colegio y se dedicó a caminar y caminar.

No quería ver a nadie. No quería pensar en ella, no quería pensar en que lo había engañado, la imagen de Carla con Polo no se la podía sacar de la cabeza. Le dolía tanto que dejó escapar un par de lágrimas rebeldes que no se quedaron guardadas en sus ojos, pero se las limpió con fuerza para seguir su camino.

Su cabeza era un mar de confusión, se repetían las palabras de Carla entremezcladas, mientras trataba de acallarlas. No quería saber más nada. Quería olvidarse de todo, de la voz de Carla, del dolor que estaba sintiendo, de la traición que le quemaba por dentro.

Caminó tanto que no se dió cuenta cuándo había llegado cerca de sus barrios, a pesar del largo trayecto que ello significaba.

Entró a un pequeño bar que estaba abierto a esa hora y se sentó en la barra. El encargado del lugar lo miró con desconfianza al verlo con uniforme.

-¿No deberías estar en el colegio chaval?- le cuestionó lanzándole a Samuel una revisión completa de su estado.

-Necesito una cerveza- le pidió cabizbajo.

El hombre se quiso negar, tenía claro que era contra las leyes darle alcohol a un menor de edad, pero su expresión mostraba tanto desconsuelo que no fue capaz de decirle que no. Le recordaba a su hijo y sintió lástima por el chico aunque no tuviera idea qué le ocurría.

-Solo una- le dijo mientras le pasaba una botella.

Samuel se la tomó casi de un trago. El frío le comenzó a recorrer todo el cuerpo y fue como una anestesia que agradeció infinitamente. Se quedó apoyado sobre la barra, sosteniendo su cabeza con uno de sus brazos.

-Con calma que no hay peor mal que una borrachera matutina- le bromeó el cantinero limpiando un par de copas.

Samuel no fue capaz de levantar la mirada ni de hacerle algún gesto o seña de que lo había escuchado. Lo único que necesitaba era una borrachera que lo adormeciera.

-¿Penas del corazón?- cuestionó el hombre pasándole otra birra.

Samuel solo se encogió de hombros, no quería hablar, por eso se había ido a ese lugar, para perderse en el silencio.

-A tu edad todo es más intenso, pero ya verás como pronto pasará- le dijo sabiamente el encargado dandole una mirada comprensiva.

-.-.-

Cuando Samuel se marchó, Carla se quedó apoyada en el árbol perdida sobre el paso del tiempo, quedó en una primera instancia tan golpeada por su actitud que se sentía adormecida. Pero al cabo de media hora comenzó a pasar de la angustia y dolor inicial al enojo y la decepción.

Se había cansado de llevar cuatro días de mierda, sumida en la tristeza y la desesperación. Ella no era así, jamás lo había sido y había tocado fondo.

-No debí esperar otra cosa de ti- se le repetían las palabras de Samuel una y otra vez.

Era la estocada que no se esperaba. Pero era lo que la estaba haciendo reaccionar, no necesitaba el dolor para funcionar sino la rabia y la desazón lo que la activaba.

Se había dejado lastimar y ya no estaba dispuesta a seguir haciéndolo. Se limpió las lágrimas que no se había dado cuenta que tenía corriendo por las mejillas y se prometió que serían las últimas, se peinó el cabello por si su presentación personal mostraba alguna señal de descuido, respiró profundo y comenzó a caminar lo más firme y altiva que pudo.

Nunca me has tenidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora