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NARRADOR OMNISCIENTE:

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NARRADOR OMNISCIENTE:

Debieron de transcurrir un par de días desde la ceremonia de coronación de Chris; desde el día en que se fue.

Grace estaba muy mal. Aún no procesaba el que Christopher le hubiese hecho eso. No podía creerlo. 

La joven se encontraba encerrada en su habitación, acostada bajo las cobijas, hecha un ovillo. Deseaba desaparecer, arrancarse del corazón esa horrible y desgarrante sensación que no le hacía nada bueno; que la hacía sentir miserable.

No comía, no hablaba, no tenía contacto con el exterior. Sólo... permanecía en su cuarto, tumbada en su cama. En ocasiones ni se duchaba, puesto que no tenía las energías suficientes o la motivación para hacerlo. 

Las cortinas de su habitación permanecían cerradas. Sus primos de vez en cando tocaban a la puerta, con la intención de invitarla a pasear o a andar con ellos a que se distrajera, sin embargo Grace declinaba toda oferta, al grado de preocupar a sus padres, quienes no entendían la razón del que se encontrara así, sobre todo a su madre, quien le angustiaba que su hija no comiese ni un bocado. ¿Acaso quería matarse de hambre? 

—¡Grace! —le llamó su madre, al otro lado de la puerta, en un tono consternado —. Ábreme la puerta, por favor —le pidió, al reparar en que ésta se encontraba asegurada con pestillo.

—Estoy bien, mamá —dijo la joven, en respuesta, sin mover ni un sólo músculo.

—Dije que me abrieras la puerta, no me hagas enojar —sentenció la mujer, ahora algo airada. Estaba enfadada del comportamiento tan indiferente de su hija.

Grace refunfuñó, y a regañadientes caminó hacia la puerta hasta abrirla.

—¿Por cuánto tiempo más piensas seguir así? —habló su madre, entrando al cuarto y abriendo la cortinas por costumbre, dejando que la brillante luz entrara a la habitación. 

Los ojos de Grace tardaron en acostumbrarse a la luz.

—¿Estás así por Raymond? —la encaró la mujer.

Es verdad, Raymond. Se iba en un par de horas a Seattle. No es que Grace lo hubiese olvidado, sólo que estaba tratando de sopesar sus problemas uno a uno. Primero el que Christopher la hubiese abandonado, y después el hecho de que Ray también se iría. Pero su madre lo hacía todo aún más difícil, aunque la joven bien sabía que no lo hacía con esa intención.

—No te has bañado —la reprendió su madre —. ¿Qué estás esperando? Sé que son vacaciones, pero debes de estar lista para cualquier cosa.

—Ahorita me meto a bañar, mamá —respondió la joven, tumbándose en la cama nuevamente.

—Ahorita es ahorita —insistió la mujer, saliendo de la habitación de su hija —. Apresúrate, que faltan sólo un par de horas para que Raymond se vaya —le recordó —. No querrás dejarlo ir sin despedirte de él, ¿o sí?

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