NARRA GRACE:
— ¡Mamá! ¿¡Dónde están mis sandalias!? —le grité, bajando las escaleras corriendo.
— ¡No lo sé Grace! ¡Te repito que son tus cosas! ¡No me preguntes a mi! ¡Y no me hables en ese tono! —respondió enojaba.
Nos encontrábamos en la cocina, mamá y una de mis tías ayudaban a la abuela a preparar el desayuno no sé que cosa pero olía delicioso.
De pronto unas risas, más bien carcajadas se escucharon desde la sala, bien sabía de quienes provenían. Me largué de la cocina y caminé a paso rápido a la sala donde una vez allí las carcajadas cesaron, pero las idiotas caras de mis primos permanecieron intactas.
— ¡Devuélvanme mis sandalias! —les grité echa furia.
— ¡Tus sandalias? ¡Nosotros no tomamos nada! —contestó Dylan, esforzándose por mantener una creíble seriedad para convencerme de sus palabras.
— ¡Aja! ¡Claro! ¡Y las cucarachas hacen popo rosa! —respondí, riéndome secamente. — ¡Ya devuélvanme mis sandalias! —volteé mi vista a Raymond quien se encontraba cambiando de canal a la televisión ignorando esta gran disputa. Le bloqueé la vista con mis manos descansando en mi cintura. — ¡Mis sandalias Raymond!
— Ya devuélvanselas. —susurró éste de mala gana, sin verme a los ojos. Se encontraba acostado en el sofá y por lo que pude observar tenía grandes ojeras.
En eso mis primos levantaron el sofá en el que se encontraban sentados y debajo de él se encontraban mis queridas sandalias, uno de ellos las tomó y me las dio, yo se las arrebaté tratando de no decir nada imprudente y me fui marchando de allí y con de mis oídos y nariz saliendo humo. La actitud tan indiferente de mi primo Raymond es lo que colma el vaso de mi paciencia, es decir, es uno de los mayores de esa bola de salvajes, debe de ayudarme a poner orden y evitar provocar este tipo de situaciones en las que termine de esta forma todo: yo deseando patearle el trasero a cualquiera que se ponga en mi camino.
— ¡Ya me voy! —grité, para cualquier adulto que estuviese escuchando. Tiré mis sandalias al piso y me las puse rápidamente.
— ¡Espera! ¿¡No desayunarás!? ¡Ya casi está listo! —respondió mamá desde la cocina.
— ¡No! ¡Así está bien! ¡No tengo hambre! —grité, saliendo de la casa corriendo.
El día era agradable, soleado como siempre aquí en los veranos. No hace un calor de esos insoportables en los cuales deseas solo llevarte tu aire acondicionado para todas partes, es uno tolerante.
Rápidamente volteé a ambos lados de la calle varias veces para ver si no pasaba algún carro, tal vez sea algo exagerado de mi parte ya que es una calle cerrada. Corrí hacia la casa de Owen, y justo cuando iba a timbrar la puerta se abre antes de que pueda hacerlo.
— ¡Grace! —me llamó Owen.— ¡Te dije que iría para allá! —susurró molesta y con cierta preocupación en su voz, volteando a ver detrás de mi y a ambos lados de la calle.
— Owen, hay algo que debo de decirte. —le dije insegura, ignorando su comentario, le diría lo ocurrido esta madrugada en mi habitación.
Ella me miró sorprendida, con una expresión de "¿hay más problemas?" Y me hizo una seña para que subiéramos a su recámara.
— ¿Owen? ¿Quién era? - nos interrumpió su madre antes de que pudiéramos desaparecer silenciosamente. — ¡Oh! ¡Grace!, ¡hola! Haré de desayunar, ¿tu ya comiste algo? Puedo prepararte algo si gustas...
— No se preocupe, ya desayuné, muchas gracias. —mentí.
— Bien, cualquier cosa que se ofrezca estaré aquí en la cocina. —respondió con una sonrisa.
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S U M E R G I D A
Teen Fiction¿Creen conocer todos los misterios de nuestro mundo? Permítanme decirles, con su debido respeto, lo rotundamente equivocados que están. Adéntrense en este relato, únicamente aquellos que de su ignorancia deseen salir. Descubran cómo dos especies, n...