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NARRA GRACE:

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NARRA GRACE:

Ésto no puede estar pasándome —un sollozo escapó de lo más profundo de mi garganta. 

Mi cuerpo temblaba exageradamente y cada vez me era más difícil regular mi respiración.

Christopher manejaba con mucha presión de mi parte. Cualquiera podría darse cuenta de que sus movimientos son nerviosos y vacilantes. No lo culpo. Le insistía demasiado en que acelerara para llegar así más rápido a la casa de mi abuela.

—¿Cómo te enteraste? —me preguntó el rubio, con la ansiedad dominando su voz. 

—Ray —llevé mi mano a la boca, intentando acallar mis estúpidos sollozos involuntarios —. Raymond me llamó —agregué —. Dijo que no había nadie en casa a excepción de ellos dos y que ya se había comunicado a emergencias.       

Me ahogaba en llanto y sorbía mi nariz con frecuencia. El sólo pensar en la posibilidad de que mi abuela pudo haber muerto simplemente hacía mi mundo tambalearse. 

—Respira, Grace —Christopher trataba de calmarme, turnando su mirada entre la carretera y mi afligido rostro —. Ella estará bien.               

—¿Qué tal si no? —volteé a verlo, al borde de una crisis nerviosa —. ¿Qué tal si... ella muere? 

En eso, mi vista comenzó a nublarse y sentí cómo me faltaba el aire cada vez más.

Joder —escuché al rubio maldecir —. ¡Grace! —me llamaba, desesperado porque reaccionara —. ¡Grace! ¡Maldición, responde! ¡Grace!

Parece que sólo fue por unos segundos los que estuve ausente, puesto que la lejana voz de Christopher volvía a escucharla ahora a la perfección.

—¡Respira, Grace!    

Traté de tranquilizarme, inconscientemente había puesto mis manos sobre mis rodillas, apretando el agarre. Me costaba el respirar, pero eventualmente esa dificultad se disipaba al tiempo en que me calmaba.

—¡Necesito que te tranquilices! ¿Me oyes? —no me di cuenta desde cuándo el rubio tenía una mano sobre mi pierna. Christopher apretaba el volante en exceso, haciendo que sus nudillos se volvieran pálidos.     

—Tengo miedo —murmuré, un poco ida. Me sentía tan agotada a pesar de no haber hecho ninguna actividad física. 

—Lo sé, pequeña, pero debes de calmarte —me miró de soslayo, totalmente angustiado —. Pase lo que pase yo estaré allí contigo, así que no debes de tener miedo, ¿de acuerdo? 

Miré por la ventanilla, todo el tiempo había mantenido la cabeza junto a mi mirada gacha y en ocasiones observaba a Christopher, haciendo lo mejor de sí para tratar de tranquilizarme. 

Estábamos cerca. Casi llegábamos. 

El auto todavía no frenaba cuando ya me encontraba abriendo la puerta toscamente.

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