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NARRADOR OMNISCIENTE:

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NARRADOR OMNISCIENTE:

—¡Cállate el hocico, hijo de perra! —gritó el señor hacia su hijo, propinándole una dura bofetada.

El chico permaneció mudo y quieto, con la mejilla palpitante y cobrando un color rojizo; la sentía escocer. Su rostro había girado completamente hacia la izquierda al recibir aquel golpe; aquel golpe que no trató siquiera de evitar.

De pronto, todo pareció rebobinarse a otra escena, donde el mismo chico era partícipe.

—¡Te odio! ¡Jamás debí de haberte dado a luz! —chilló una señora furiosa, en su dirección —. ¡Siempre serás mi más grande error!

En eso, Nick despertó bruscamente, volviendo a la realidad. Había sido un sueño, otra vez; aunque en realidad esas cosas sí habían pasado una infinidad de veces, en un pasado. 

Trató primero de enfocar su vista, que por cierto, dio hacia la blanquecina pintura del techo.

«¿Dónde demonios estoy?» se preguntaba. «¿Qué pasó?» 

Empleó todas sus fuerzas para levantar un poco su cabeza de la almohada, y así pudo percatarse de que se encontraba solo, en una cama, con unos pequeños tubos conectados a sus brazos y una extraña cosa de plástico cubriendo su nariz y boca.

Un dolor punzante en su cabeza le embargó y se vio obligado a recostarse nuevamente y cerrar sus ojos con fuerza, en un intento de apaciguar el malestar.

Se encontraba en un hospital y de eso no cabía duda, pero ¿por qué demonios estaba allí? ¿Qué es lo que sucedió? 

De pronto, una serie de recuerdos lo asaltaron. 

Una chica esperándolo a que terminara su turno en el trabajo.

Una incómoda caminata junto a aquella persona.

Una pelea.

Amy.

«¡Amy!» recordó el chico, incorporándose de la camilla de un salto.   

Recuerdos desagradables y amargos comenzaron a inundar su cabeza sobre lo sucedido el otro día... 

El otro día... 

¿Cuánto tiempo había pasado desde aquello? 

Giró su cabeza en dirección a la ventana, donde se percató de los resplandecientes rayos de luz que se filtraban por ella. 

«¡Es de día! ¡¿Qué demonios?! ¡¿Cuánto tiempo ha pasado desde el accidente?!» pensó, con desespero.   

Se libró de aquella cosa que le cubría su boca y nariz con brusquedad, al igual que de los delgados tubos intravenosos en sus brazos, arrancándoselos sin cuidado, provocando que soltara un gemido del dolor. 

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