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NARRA GRACE:

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NARRA GRACE:

Mis primos convencieron a los adultos de que les compraran una piscina portátil enorme para ponerla en el patio trasero de la casa de la abuela. 

Al terminar de armarla y llenarla, los chicos no esperaron por nada más, estaban muy entusiasmados por nadar. 

Invité a Owen también, quería que nos divirtiéramos juntas un rato. 

Nuestra conversación era amena, como siempre solía serlo, reíamos y nos salpicábamos, pero no fue cuando escuché ese nombre salir de sus labios que me quedé patidifusa por unos instantes:

—¿Y bien? ¿Cómo han ido las cosas con Christopher? —otra vez aquel nombre. 

Iba a preguntarle de quién se trataba, mas mis palabras quedaron estancadas en mi boca al ser interrumpida por mi primo Dylan quien mojó —aún más— la cara de mi mejor amiga.

—¡Maldito! ¡Te voy a matar! —gritó Owen, con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro. 

El tema de aquella persona se fue quedando en el olvido al unírmeles yo también a la pelea con pistolas de agua. 

—Oye, ¿puedo usar tu baño? —me preguntó mi amiga después de un rato, algo avergonzada. 

—¡Claro que sí! ¿Por qué sigues preguntando por ello? Sabes dónde está, ¿cierto? —rodeé los ojos, divertida.

Mi amiga me escrutó con la mirada, para luego salir de la piscina, secarse y entrar a la casa. 

Mis primos estaban muy energéticos el día de hoy. Raymond se nos unió por un rato, sin embargo no duró ni veinte minutos cuando decidió salirse de la piscina. Lo encontraba decaído. Algo debía de estarle pasando. ¿En qué estará pensando?

—¡Chicos, chicas! ¡La comida ya está lista, vengan a comer! —nos llamó mi mamá, volviendo a deslizar la puerta de vidrio para cerrarla.             

—¡Comida! —gritó Jayden, como todo un vikingo, saliendo de la piscina como si su vida dependiera de ello, totalmente empapado, para luego entrar a la casa. Los demás le siguieron, dejándome sola. 

El agua de la alberca comenzaba a calmarse, dejando de formarse olas por los movimientos constantes de mis primos, hasta quedar totalmente un silencio sepulcral. 

Volteé hacia el cielo, con mi cuerpo sumergido llegándome hasta la boca. Exhalé cansada sin saber muy bien el porqué. Me dejé sumergir para ahogar un grito de frustración en el agua. 

Durante todo éste tiempo no hacía más que pensar que algo andaba mal conmigo, algo que no sabría decir qué es con exactitud. 

[...]

—¡Grace, te he dicho miles de veces que revises los bolsillos de tu ropa antes de meter algo al cesto de la ropa sucia! ¡Mira lo que encontré en la lavadora! —me reprendió mamá, sacándome de mis cavilaciones. 

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