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NARRA GRACE:

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NARRA GRACE:

—¡No te vayas muy lejos, Christopher! —le advertí a mi pequeño, mientras tomaba asiento en la manta que extendí sobre la arena y me disponía a leer un libro.

—¡Sí, mamá! —gritó, ya a unos cuantos metros lejos de mí. 

Mi hijo, Chris, y yo, nos encontrábamos en la playa. Esta zona estaba casi abandonada puesto que no había ni un sólo puesto ambulante en el área y la gente prefería estar cerca de los locales de comida y souvenirs, sobre todo los extranjeros y turistas.

Además, odiaba cuando la playa estaba repleto de personas, se sentía asfixiante. Por lo que nos vino bien caminar hasta acá.

Me coloqué mis gafas de sol y el sombrero, abriendo el libro en la página donde había dejado el separador.

Siete años. 

Siete años habían transcurrido y mi niño había crecido demasiado. 

Es increíble lo rápido que pasa el tiempo, sobre todo cuando se tiene un hijo. Verlo crecer me entristecía en cierta manera. 

Aún recuerdo cuando podía mecerlo en mis brazos, cuando le daba leche de mi pecho, o esa mañana que dijo su primera palabra. 

Me habría gustado decir que su padre, Christopher, volvió. Pero no fue así. 

Durante todos estos años nunca volví a verlo o a escuchar de él. Jamás. 

Lo extrañaba. Sí, lo extrañaba muchísimo. Habría dado todo por volver a verlo, por poder abrazarlo, besarlo, escucharlo decir mi nombre una vez más. 

¿Que si guardaba algo de rencor hacia él? No estaba segura de ello. 

Siento que las cosas pudieron resultar diferentes. 

Si Chris nunca se hubiese marchado, creo que pudimos seguir luchando por permanecer juntos. 

Pero eso ahora estaba en el pasado. Debía de disfrutar de mi presente, salir adelante, por mi hijo. 

Así que... sí, extraño a mi esposo, Chris. Pero mi niño era el vivo retrato de su padre. Cada vez que miraba sus azulados ojos, veía los de él. Sus dorados cabellos, su dulce sonrisa... Christopher no pudo dejarme mejor recuerdo de nuestro amor. 

—¡Chris! ¡No se te olvide lo que te dije del agua! —le advertí, desviando mi mirada de las hojas del libro entre mis manos, hacia mi pequeño, quien no se encontraba muy lejos de la marea.

—¡Claro que no, mamá! —replicó, pateando su pelota. 

Debía de ser cautelosa. Mi niño Christopher no podía tocar el agua, si no se transformaría en pleno lugar público. Acordamos que permanecería en la zona arenosa únicamente. 

Claro que no podía alejarlo de lo que era. Chris ha tenido una infancia un poco complicada, como cualquier otro tritón que desea adaptarse a la vida humana. 

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