Capítulo IV

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La chica tuvo la mirada perdida, su amo la veía desde su ventana, pero agradeció estar de espaldas a la casa. No era probable que él la pudiera ver lo roja de timidez desde esa distancia, pero mejor prevenir que curar. Ella no se dio cuenta de que Jon llegaba en caballo hasta que la llamó.

—Siento haber tardado tanto —se disculpó él, ella lo miró sobresaltada con la cara roja—. ¿Huh? ¿Estás bien? Tienes la cara como un tomate.

—¡¿Eh?! S-Si, estoy bien. No es nada —aseguró ella nerviosa—. Podemos irnos.

Jon la miró extrañado, pero no insistió más. Ayudó a la chica a subirse al caballo. Ella se abrazó a él por la cintura y se encaminaron rumbo a la ciudad.

Desde su despacho, Nathan los vio marcharse. Tenía en mano una copa de coñac. Lo apretó con fuerza, pero sin romperlo.

—Vaya con Jon, no desaprovecha la oportunidad —dijo Nathan con una sonrisa irónica.

* * *

Kath y Jon llegaron cabalgando a la ciudad. Estaba a rebosar de gente comprando en las paradas de comida, ropa, maquillaje, y otras cosas. Hoy debía ser día de mercado al aire libre. Una vez que dejaron el caballo atado con comida y agua, se pusieron a pasear por el mercado, viendo cosas interesantes.

—¡Vaya, que sorpresa! No sabía que hubiese un mercado tan grande —exclamó Kath impresionada—. Hay de todo aquí.

—Es el mercado popular que suele haber por estas fechas. Hemos tenido suerte de venir hoy —explicó Jon—. Aquí venden de todo, desde comida hasta animales exóticos. Creo que... este es el mejor lugar para empezar a hacer turismo.

—Es verdad. Puedo aprovechar para comprarme algo típico de aquí —propuso ella mirando por todos lados—. ¿Qué me recomiendas?

—Pues... Para una chica, mmm... Ah, los perfumes que venden aquí son muy buenos —dijo él—. No hay chica que no conozca y no lleves una colonia de aquí.

—¡Muy bien! ¡Gracias, Jon!

Al mirarla y ver su sonrisa sincera y feliz, sintió que iba a salirle el corazón disparado del pecho. Nunca había sentido nada igual.

Durante el paseo por el mercado, Kath se compró un par de perfumes a buen precio. Había recibido una buena paga a pesar de haber trabajado una sola semana.

Jon la llevó por todos los lugares populares que conocía y también a los sitios más hermosos y tranquilos donde podían descansar y relajarse un poco.

—Buf... Estoy agotado —suspiró Jon tras sentarse pesadamente en un banco de un parque cerca del mercado—. Es que... la culpa es mía por no haber comido nada antes de venir.

—¡Toma!

Jon se giró, y vio que Kath traía consigo unos bocadillos de lomo calientes. Se sorprendió, pero aceptó el detalle. Mirando de reojo, vio como la joven de ondulado pelo caoba comía hambrienta ese bocadillo, lo comía con tierna prisa y se manchó alrededor de la boca, eso hizo reír a Jon.

—¿Eh? ¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Tienes manchada la boca de comida —dijo él. La chica se ruborizó y se tocó, vio que era verdad—. Toma.

Jon le entregó un pañuelo de su bolsillo, ella lo acepta algo dudosa. Él no le quitó ojo a la chica en ningún momento. Veía en ella algo que no sabía describir.

La chica en si era hermosa, algo poco habitual para alguien de pueblo.

El joven capataz tenía el corazón intranquilo desde que la conoció. Los dos estuvieron allí, disfrutando la tranquilidad y el sonido de los pájaros en los árboles.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora