Capítulo LXI

731 43 0
                                    

Una semana después...

Tras el desmayo de Kath, su estado fue a peor. Tuvo fiebre y vómitos a todas horas. El médico dio por hecho que su estado era debido al shock de la noticia y que debía descansar hasta que estuviera totalmente repuesta. Sofía estaba a su lado en todo momento hasta que Kath se quedaba dormida gracias a las infusiones.

A pesar de su estado, Kath quería hacer el equipaje y regresar a su pueblo, junto a su madre para velar por ella hasta el final, pero tanto Sofía como su hermano Henry insistían en que guardará cama para poder recuperarse bien y hacer el viaje sin peligro a empeorar. Kath se resignó.

Nathan quería velarla, pero la presencia de su hermano se lo impedía. No había tenido ocasión de decirle que su hermana había aceptado casarse con él, no le parecía bien decírselo con su hermana así, por ello decidió esperar. Pero no sabía cuándo. La situación ya era mala con el estado de la madre de ambos y ahora el de Kath. No sabía cómo actuar.

Sabiendo que no sería capaz de dormir esa noche tampoco, Nathan se fue a su despacho a intentar trabajar con una copa de brandy a su lado para relajarlo un poco. Una hora después, revisando factura de ganado y cultivo, llaman a la puerta. Nathan da por hecho que es Sofía, quien viene a ponerle al tanto del estado de Kath, pero cuando da permiso de entrar ve que es Henry, el hermano. Su presencia lo sorprende, y más cuando ve su semblante pálido y dolido.

—¿Señor Jackson? —preguntó mientras se ponía en pie, preocupado—. ¿Qué le ocurre?

El joven rubio de ojos azules no respondió de inmediato. Era como un muerto viviente avanzando paso a paso con un alma en pie sin mirar a nada en absoluto, ensimismado en su mente.

—Es mi madre —respondió él al final—. Ha... muerto.

Esa noticia a Nathan le sentó como un cubo lleno de agua fría sobre él, pero aún sacó fuerzas para rodear su escritorio y ayudar al joven a sentarse en una de la silla y servirle un buen vaso de coñac para temblar el cuerpo. Esa noticia no solo fue recibida por el conde, Sofía también la escucho desde la puerta entreabierta del despacho. Había estado a punto de llamar cuando vio dicha puerta abierta y al acercarse escuchar al joven Henry dar el fatal desenlace de la madre de Kath

¿Cómo se lo iban a decir a la joven ahora... en su estado? Se preguntó la ama de llaves.

Mientras tanto, en una de las habitaciones de invitado del tercer piso, Kath estaba en la cama con dosel, apoyada en los almohadones, ensimismada en sus pensamientos mientras tenía ambas manos sobre su vientre.

Embarazada.

Eso le dijo el médico tras examinar cuando recuperó el conocimiento. Todas las pruebas lo confirmaban: su ropa que le quedaba pequeña, el cansancio repentino, que algunos olores no los soportará y acabará vomitando... Todos eran síntomas de que estaba embarazada. Por el tiempo de gestación, el doctor dijo que estaba de poco más de seis o siete semanas.

Las fechas se lo decían todo: el bebé que esperaba era de Nathan Sullivan. Su hijo.

En el instante en que el doctor se lo dijo quedó petrificada, pero no alarmada. Se sentía feliz; el hijo del hombre que amaba, el que quería casarse con ella a pesar de ser una simple sirvienta, crecía dentro suyo. No pudo evitar que unas lágrimas de alegría y jubilo se deslizaran por sus mejillas.

Lo que temía era el momento de decírselo, y también estaba su urgencia de ir con su madre para cuidarla y darle esa magnifica noticia. Rezaba para que su madre también se alegrara por ella.

Estaba asustada, por supuesto. Pero por nada del mundo pensaba renunciar a esa criatura.

Ahora si que tenía que cuidarse para no perder a ese niño, pero no pensaba perder un minuto más para ir junto a su madre, ya que podría no verla con vida si no iba ya de camino a su casa.

En ese momento alguien llamó a la puerta. Cuando dio permiso vio que era Sofía. La ama de llaves supo por ella la feliz noticia y le había pedido que fuera a buscar al conde para poder decírselo ya mismo. Pensó que Nathan entraría junto a Sofía, pero vio que entraba sola, y no sonriendo precisamente; parecía altamente triste.

—¿Sofía? ¿Qué pasa? ¿Dónde está el amo Nathan?

—El amo está junto a tu hermano, Kath.

La voz grave de Sofía no auguraba nada bueno, Kath podía sentirlo. Temía lo peor.

—¿Qué ha pasado?

Sofía finalmente la miró a los ojos. Kath vio que tenía los ojos rojos de haber llorado hace poco. Entonces, Kath sintió que algo se rompía en su corazón, y lo supo, pero no quiso creerlo. Empezó a ladear la cabeza de un lado a otro mientras las lágrímas, ahora de dolor, borboteaban.

—No... ¡No puede ser...!

—Kath...

—¡Dime que no es lo que creo, por favor!

Como respuesta, Sofía se desplazó hasta sentarse junto a ella y abrazarla para consolarla. Entonces Kath lloró a moco tendido, gritando de dolor por la muerte de su madre. Mientras tanto, Nathan y Henry estaba fuera en el pasillo, oyendo los gritos de la joven.

A espaldas de Henry, Nathan apretó ambas manos, frustrado de estar allí sin poder consolarla.

* * *

Al día siguiente, un carro de alquiler se detenía ante la puerta principal de la Mansión Sullivan. Henry Jackson ya tenía las maletas hechas y las de su hermana, quien vestida ya toda de negro como él, esperaba a que subieran todo para poner rumbo a su pueblo natal para el entierro de su madre. Con ella estaban todos los amigos que había hecho allí; Jon, Esther, Sofía y otras criadas y trabajadores. Ella se había hecho querer, y más tras todo lo que había sufrido desde su llegada.

Ella estaba agradecida por el detalle que tuvieron todos de estar allí para despedirse hasta que volviera. El conde le había dando días indefinidos para tomarse un tiempo para descansar y despedir a su madre como quería. Ella lo agradecía, y más después de que al final no le hubiera dicho la feliz noticia de su maternidad. Cuando regresara días después lo haría sin demora.

—Ya está todo. —dijo su hermano—. Cuando quieras nos vamos, hermana.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora