Capítulo LVIII

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―¿De qué querías hablar, Nathan?

El conde caminó hasta tocar la mesa escritorio con la gema de los dedos, pensativo, mientras su capataz estaba a pocos pasos de la puerta, la cual había cerrado tras entrar. Los dos estuvieron en silencio, esperando.

Nathan no sabía por dónde empezar; quería creer que su primo le había mentido y que Jon no sabía nada de su relación íntima con Kath, que no había intentado abusar de ella por simples celos, y que tampoco se lo había contado todo a William estando borracho. De verdad quería creer en su buen amigo y mano derecha, pero tenía dudas.

Jon, por otra parte, estaba inquieto por el siguiente de su amo y que quisiera hablar con él en su despacho a solas cuando había una comida para todos los trabajadores abajo en el jardín. Que él quisiera hablar en ese momento es que era un asunto serio, pero no sabía cuál podría ser.

―¿Va todo bien? ―preguntó inquietó, rompiendo ese incómodo silencio.

Nathan finalmente se volvió, apoyándose sobre la mesa, mirándolo a la cara.

―Dímelo tú. ―dijo él―. ¿No tienes nada que decirme?

Por lo que podía leer en la cara de Nathan, Jon pudo adivinar que el asunto no tenía nada que ver con el trabajo. Era algo personal. Muy personal, al parecer. Entonces tuvo serias sospechas de qué podría tratarse, y tragó saliva, nervioso.

―Eso depende.

Nathan pudo confirmar que Jon sabía de qué hablaba, pero no quería dar el paso. Y eso le cabreo, ya que confirmaba que su odioso primo decía la verdad. Dando un puñetazo sobre la mesa se apartó de ella y avanzó hasta quedar cara a cara con Jon, quien lo miraba a los ojos, aterrado.

―Mirame a los ojos, y dime que no es verdad todo aquello que me soltó William ―dijo Nathan, exigente―. Dime que no intentaste abusar de Kath cuando descubriste lo nuestro, que no te chivaste a William estando borracho como una cuba... ¡Dímelo!

Jon vio que Nathan estaba realmente enfadado, y no por lo que pudo contarle su primo, sino que dichas acusaciones fueran ciertas. Ambos eran amigos desde muy pequeños, no existían la diferencia social entre ellos. Y aun así, él sintió celos y odio hacia él cuando descubrió que relaciones sexuales con Kath, aprovechándose de su posición de poder, o eso creyó en su momento.

Todo aquello le vino encima, y por ello fue incapaz de aguantar la mirada alta. Tragó saliva y bajó la cabeza cerrando los ojos unos instantes, después los volvió abrir al mismo tiempo que volvía alzar la cabeza, mirando directo y firme a su amigo y jefe.

―Es cierto ―dijo él―. Todo lo que te contó es cierto.

Al escucharle, Nathan sintió como un volcán explotaba dentro de sí. Ese volcán contenía odio y rencor contra su amigo por traicionarlo de aquella manera, por haber actuado contra Kath de la forma más despreciable que un hombre puede actuar, sobretodo por lo que había sufrido su propia hermana.

Es cúmulo de sentimientos negativos estuvieron a punto de hacerle alzar el puño que ya tenía apretado al costado, agarrar a su capataz para así golpearle en plena cara con todas sus fuerzas, pero algo le impedía hacerlo, y no tardó en saber el qué: el entendimiento y comprensión.

―¿Por qué? ―preguntó, con voz ronca―. Dime por qué lo hiciste. Quiero la verdad.

―Estaba celoso de ti. ―respondió Jon, confesando sin reparo―. Sentía, y sigo sintiendo, cosas por Kath, y descubrir que manteníais una relación íntima en secreto me molesto mucho. ―empezó a pasear por el despacho, en todo momento vigilando por Nathan―. Mi cabeza enseguida divagó que tú la obligabas a acostarse contigo amenazandola con el despido, o que ella quería llegar a ser condesa en lugar de ser una simple sirvienta. Mil ideas cruzaron mi mente, y eso hizo que actuará de esa forma con Kath. ―hizo una pausa para respirar hondo―. Fui a por ella poco después de que estuviera contigo y le confesé que os había pillado, y entonces yo...

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora