Capítulo XLVII

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Varios días después...

«Esto no puede estar pasando otra vez».

Cuando Katherine abrió los ojos, de nuevo estaba tumbada boca arriba en la mesa donde el Marqués de Puerto Rico la violó por primera vez, y donde tuvo que soportar que sus hombres se turnaron para violarla una y otra vez hasta que perdió el conocimiento.

De nuevo atada en la mesa de manos y con las ropas destrozadas era observada por la decena de hombres lascivos que se habían reunidos alrededor de la mesa sin dejar un solo hueco vacío.

Esa imagen, la sensación de estar atada sin poder moverse, huir o defenderse hizo que llorara de miedo e impotencia.

«Es un sueño, es un sueño...» se repetía ella una y otra vez cerrando los ojos con fuerza.

―Eres preciosa, querida.

Al escuchar esa voz, Kath abrió los ojos sorprendida.

Aquella no era la voz del marqués. Era de William Ashford, el primo del amo Nathan.

Al abrir los ojos, vio que ya no estaba en aquel sótano con el marqués y sus hombres, sino en una habitación como la del amo, pero diferente. Ella estaba tumbada en la cama con dosel, con su uniforme abierto de par en par y el barón a los pies de la cama, desvistiéndose ante sus ojos.

―¿Lord William? ―Kath lo miró confundida, a él y a la habitación―. ¿Cómo...?

―¿Qué pasa? ¿Estás impaciente? ―preguntó él, quitándose la camisa para después subir a la cama gateando hacia ella―. Veo que mi primo decía la verdad; eres impaciente, eh.

Al verlo acercarse ella retrocedió espantada hasta chocar contra la cabecera de la cama.

―¡¿Qué está diciendo?! ¡Aléjese de mí!

Al tenerlo justo encima ella quiso golpearle con la mano, pero de repente sus dos muñecas fueron sujetadas por alguien que estaba detrás suyo, deteniéndola y sujetándola con fuerza. Al mirar por encima del hombro, para su horror, vio que era Jon, quien estaba desnudo y sentado con las piernas abiertas, dejando paso a su cintura, mirándola con deseo.

―¿Jon?

―Vamos, mi amor. Vas a disfrutar igual o más que con el amo, te lo prometo.

Kath no entendía nada, y cada vez estaba más asustada. Vio para su horror como ambos hombres se sincronizaban para empezar a besarla a la vez por todo su cuerpo, sin poder detenerlos.

―No... parad... ―suplicó ella, petrificada de horror y espanto.

―¿Qué paremos, dices? ―preguntó William, mordisqueando su oreja―. Si eres tú la va provocando a todo hombre que se cruza contigo, ¿no ves lo que haces conmigo y con el capataz? ¿O acaso has olvidado lo que provocaste en Josef Cortés y en todos sus hombres?

―Tú deseas esto, Kath ―murmuró Jon besando su cuello desde atrás―. Déjate llevar.

―No... No quiero. ¡Basta!

―¡Katherine despierta!

Ella abrió los ojos de golpe, despertando e incorporándose hasta quedar sentada. Sentía su garganta irritada de los gritos que había dado, y todo su cuerpo temblaba con sudores fríos. Era capaz de escuchar su propio corazón en sus oídos, el cual latía con fuerza, sin calmarse. Los temblores de su cuerpo no cesaban, no podía respirar bien de lo aterrada que estaba por lo vivido en esa pesadilla.

―¿Katherine? ¡Katherine! ―le dijo una voz a su lado, sonando muy lejano al principio, luego lo escuchó a su lado, clara y limpia―. ¿Me oyes?

Al mirar a su lado vio a Sofía, quien estaba sentada en la cama a su lado, quien la miraba preocupada. El verla hizo que Kath poco a poco se calmará hasta comprender que en realidad no estaba en manos de el barón ni en ningún otro hombres, sino en su habitación, vestida en camisón junto a Sofía. Poco a poco volvió a respirar bien y a dejar de temblar.

Al verla más tranquila, Sofía también puso calmarse.

―¿Te encuentra bien?

―Sí ―afirmó ella, puso sus manos en su cara, intentando calmarse―. Otra pesadilla.

―Ya llevas varios días así; concretamente desde que te desmayaste en la ciudad. ¿Qué ocurrió?

Kath se mordió el labio inferior, aguantando las ganas que tenía de contar lo que ese barón le confesó antes de caer desmayada. Por más que quisiera, no podía. Nathan ya tenía bastantes preocupaciones como para que ahora añadiera su temor por su propio primo.

Con eso en mente, Kath miró a Sofía con una sonrisa dulce y risueña. O al menos intento eso.

―Ya estoy bien, Sofía. De verdad. No te preocupes más. Vete a dormir.

―Lo haré. Pero antes te traeré una infusión para que duermas sin pesadillas ―dijo poniéndose en pie. Kath quiso disuadirla, pero la ama de llaves la detuvo con el dedo―. Y no me discutas.

Kath no lo hizo y vio como la mujer se marchaba a por la infusión. Kath sabía que en los últimos días Sofía acudía a su habitación al escucharla gritar por las pesadillas que tenía.

Ambas sabían muy bien que lo vivido con el marqués no estaba del todo superado.

Para Kath, Sofía empezaba a ser como una hermana mayor. Cuando la conoció pensó que sería más estricta y disciplinada, pero con los días vio que era buena y responsable, pero amable con los suyos. Se sentía bien con ella cerca, y que aprendía mucho a su lado.

Más tranquila y anima, se miró el camisón blanco, lo tenía todo mojado de sudor. Le vendría bien un baño frío y cambiarse. Era de madrugada así que podría ir a la cocina a preparar una vitrina, ya que despertaría a alguien. Tuvo que conformarse con la jarra grande agua y el cuenco para poder lavarse bien con una toalla pequeña.

Bien sabía que Sofía volvía lo más rápido posible con la infusión, así que se apresuró a quitarse el camisón sudado para lavarse debidamente y ponerse uno bueno limpio y fresco, y de paso desenredar esa melena de loca que pudo ver en el espejo grande que tenía.

Cuando se sentó al borde de la cama, ella sintió húmeda entre las piernas, y supo el motivo de ello, cosa que la puso roja de vergüenza y humillación.

Incluso en sueños tenía un orgasmo no deseado.

Quiso lavarse al punto, por ello se puso en pie y con paso ligero se acercó al cuenco vacío junto a la gran jarra llena de agua tibia. Al llegar el cuenco empapo una toalla y se apresuró a lavarse entre las piernas, frotándose nerviosa y asqueada de ella mísma.

Una vez hecho eso respiró más tranquila, más calmada. Se quitó el camisón y lo tiró a un lado para proceder a lavarse todo el cuerpo con otra toalla. Una vez lavada y seca se sintió mucho mejor, y más cuando se puso un camisón nuevo.

Pero esa felicidad momentánea se esfumó cuando recordó las palabras del Jon del sueño:

«Tú deseas esto, Kath».

¿Ella deseaba eso? ¿Quería que Jon y William la sedujeran sexualmente a la vez?

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora