Capítulo XXXVI

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Un mes después...

Un nuevo día muy soleado y caluroso, y con ello Kath despertaba totalmente descansada y despejada. Estiro los brazos al máximo para acabar de desperezarse y apartó las mantas para poder sacar los pies de la cama. En ese momento entraba Sofía. La mujer suspiró al ver salir de la cama.

―Pero Kath, ¿Qué estás haciendo, niña? ―dijo ella tras dejar la bandeja de desayuno que le había traído en la mesa y acercarse a detenerla―. No debes levantarte todavía. Tienes el tobillo mal.

―Pero si estoy bien, Sofía ―se quejó Kath―. Llevó un mes entero aquí tumbada haciendo reposo. Las callos y cortes de las plantas de los pies ya están curadas, y mi tobillo está casi curado también. No tengo porqué seguir guardando cama. Al final me volveré una invalida de tanto reposo.

Sofía entendía el ansía de Katherine de salir de la cama y moverse. Pero debía acatar.

―Ya conoces las ordenes del médico, y también la del Amo Nathan: reposo absoluto hasta que se cure ese pie como debe. ―le dijo llevándola de nuevo a la cama y ayudándola a volver a acomodarse en ella. Una vez hecho eso se sentó a su lado―. Ten un poco de paciencia. El doctor vendrá en un par de horas. Con suerte te recomendará empezar a caminar para fortalecer el pie.

―Ojala tengas razón ―dijo, entonces suspiró resignada―. Esta bien. Tu mandas, Sofía.

La ama de llaves estuvo conforme con la obediencia de la invalida, y por ello finalmente le puso el desayuno en la cama para destaparlo y mostrarle lo que le había traído. Al verlo Kath sonrió.

―Que bien huele...

―Espero que te guste. ―le dijo con una sonrisa―. Te he hecho tostadas con mantequilla y azúcar, y un vaso de leche caliente con miel ―A Kath se le cae la baba de lo hambrienta que estaba al ver lo que tenía delante de sí, todo para ella―. El amo Nathan lo ha ordenado todo para ti

A Kath se le ruborizaron las mejillas al escuchar aquello. ―No sé que decir...

―Con que te lo comas todo sin dejarte nada es suficiente para mí.

Ambas mujeres se sorprenden en gordo al volverse y ver al Conde Sullivan apoyado en el umbral de la puerta con una sonrisa y los brazos cruzados al pecho. Vio que él apenas vestía una camisa blanca entreabierta y un chaleco de color marrón oscuro abierto. Iba manchado de tierra y barro seco. Dedujo que había estado ayudando en los campos con los trabajadores. Pocas veces solía hacerlo para hacer ejercicio y despejar la mente. Esa imagen la ruborizo entera, quedando embobada unos instantes antes de bajar la mirada y ponerse a comer.

Sofía se levantó y se pudo rígida ante su señor, como siempre hacía ante su presencia.

―¿Hago que le traiga el desayuno? ―preguntó ella.

―No te molestes, Sofía. He comido con los demás en el campo. ―dijo él con un gesto de mano y una sonrisa―. ¿Como está nuestra valiente muchacha?

―La he pillado intentando salir de la cama ante de tiempo ―informó Sofía con una sonrisa, mirando de reojo a Kath. Está se encoge como una niña pillada en una travesura―. Le he dicho que sea paciente, que el doctor vendrá pronto y quizás pueda empezar a caminar un poco.

Al escuchar a Sofía y ver la cara de Kath, Nathan no pudo evitar reírse a carcajadas. Ambas se sorprendieron de ello, pero les agradó.

―Con esa impaciencia esta claro que pronto volverá a la carga ―dijo él convencido tras dejar de reír―. Se nota tu larga ausencia en la mansión. Tu dedicación a las tareas es notable.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora