Capítulo XLVIII

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No. Para nada. Era absurdo. Ella no era así.

Aunque... sí tuvo que reconocer que sintió una profunda atracción por Nathan la primera vez que le vio. Esa atención por su parte, la orden que le dio para encamarse con él... se sintió hermosa.

Pero solo con él. No sentía ese tipo de atracción por Jon o por ese William Ashford. Todo aquello debía ser fruto de lo que vivió en manos del marqués. Tenía que superarlo como fuera.

Esos pensamientos la tuvieron tan ensimismada que no escuchó que entraba una persona por la puerta, se acercaba a ella por detrás con sigilo, y cuando estuvo pegado a su espalda pasó los brazos por debajo de los de ella hasta posar las manos en sus senos y agarrarlos.

Kath ante eso dio un brinco y estuvo a punto de golpear a su agresor, pero el tacto de esas manos y el perfume masculino le hicieron detenerse. Sabía quién era. Aún así se mostró molesta por su osadía y se apartó para estar cara a cara con el conde, quien sonrió contento de verla levantada.

―¿Qué está haciendo aquí?

―Esperaba un recibimiento más cariñoso por tu parte ―dijo él disimulando pena.

―Me ha dado un susto de muerte ―le riñó ella―. Por un momento pensaba que era...

Ella fue incapaz de terminar la frase, pero no hizo falta. Nathan pudo entender a qué se refería.

―Lo siento mucho, de verdad ―dijo él. Se acercó a ella hasta rodearle la cintura con ambos brazos. Ella se dejó pero sin corresponderle―. Deseaba mucho verte. Estaba preocupado por ti.

―No tenía por qué estarlo. Estoy perfectamente.

Ella intentó apartarse, pero él la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho.

―Te echo de menos a mi lado, Katherine ―susurró él al oído―. En mi alcoba.

En respuesta Kath jadeó, sorprendida y halagada por igual. Su cuerpo empezó a temblar levemente, y no por causa del frío, sino por la excitación que ese abrazo y el sueño de antes estaban provocando en su ser. No quería sentirse así ahora.

Nathan se apartó un poco para mirarla a la cara. Quiso tocar su rostro, pero ella lo rechazó. Logró liberarse de sus brazos y retroceder lejos de él, pero apenas unos pasos y ya estaba de espaldas contra la pared, atrapada ante él.

Ese gesto, en vez de detener a Nathan, lo excitó más. Daba por hecho que era un juego.

―¿Por qué te alejas? ―preguntó, disimulando desconcierto―. ¿No lo deseas al igual que yo?

―Sabes que no debes estar aquí. Sofía debe estar al llegar.

―Sofía no va a venir ―dijo él―. Me he cruzado con ella. La he convencido de que estarías bien conmigo. Estamos solos, tú y yo.

Kath entendió que en ese momento estaba acorralada, en más de un sentido.

Nathan no tardó en acercarse y apoyar ambas manos a la pared, a la altura de su cabeza, a cada lado para evitar que se apartará. Al adivinar sus intenciones Kath apoyó sus manos en el pecho de él, pero Nathan no se detuvo y se pegó a ella hasta estar pecho contra pecho, sus caderas junto a las de ella. Él quiso besarla, pero ella apartó la mirada, y él no dudó en empezar a besarla en el cuello.

―Amo... Nathan... por favor pare ―pidió ella intentando apartarlo sin éxito―. ¡Para ya!

Al escuchar ese gritó él se apartó ipso facto, sorprendido de oírla. Y más cuando vio su cara llena de lágrimas, temblando como una hoja, y no precisamente de placer.

Al ver su cara de desconcierto, Kath se apartó de la pared y de él, sin atreverse a mirarle.

―¿Porqué me rechazas? ―preguntó él―. ¿Qué ocurre, Kath? Por favor, dímelo.

―No puedo.

―¿Porqué no?

―No lo sé... ―mintió ella, temerosa de que descubriera el motivo, avergonzada de dichos motivos―. Perdóneme, pero necesito que se vaya. Tengo que descansar para trabajar mañana.

La forma de dirigirse a él, de esa forma tan correcta, molestó a Nathan. No le gustaba nada.

―¿Me estás echando? ¿A mi? ¿A tu amo?

Esa pregunta provocadora, para hacerla recapitular, hizo que ella se girara inquieta, percatandose de su falta de respeto hacia él.

―Y-yo...

―Eso no es algo que una Perfecta Sirvienta debería hacer, señorita Jackson.

Kath no respondió, solo bajó la cabeza y juntó las manos, apretándola entre sí. Nathan quiso que lo mirará a la cara, pero ella se negaba ello, ocultando su bello rostro entre sus hermosos cabellos.

Él comprendió que con sus palabras solo había conseguido asustarla de verdad. Y no quería eso. Pero aún así quería respuesta a esa actitud tan cerrada y asustadiza. Y entonces pensó en su primo.

Desde que ella se desmayó en la ciudad y la trajo su primo, ella había vuelto a tener pesadillas. Y él no creía en las coincidencias.

―¿Mi primo te ha hecho algo? ―preguntó él de golpe―. ¿Se ha sobrepasado contigo?

Esa pregunta pilló por sorpresa a Kath, y revive su pesadilla.

―¡No! Por supuesto que no. ―«Al menos, no en la realidad», pensó ella.

―¿Entonces qué pasa? ―preguntó él inquieto, acercándose de nuevo a ella hasta coger sus manos―. Estás muy rara desde que él llegó, y cada noche tienes pesadillas. Di lo que quieras pero yo sé que algo malo te pasa.

―Amo, por favor. No insista. No es nada serio.

―No pienso dejarlo pasar. Y más cuando vuelve a tratarme como a tu amo, en vez de como a tu futuro marido ―dijo él con decisión. Vio que ella se ruborizaba―. Pienso arreglar eso ahora.

Kath fue incapaz de detenerlo cuando él la agarró del rostro con ambas manos y la besó, obligándola a abrir la boca para dar paso a su lengua y bailar dentro, excitándola a hacer lo mismo.

Gimiendo bajo sus labios, notó que sus piernas flaqueaban. Él también se percata y la agarra por la cintura pegándola a su cuerpo, evitando así que cayera. El estar entre sus brazos, sintiendo el amor y la pasión de él en ese apasionado beso, ella finalmente le correspondió, participando también.

Él se sintió complacido cuando notó como ella rodeaba su cuello con ambos brazos.

―¿Lo ves? No tienes nada que temer conmigo. Estás a salvo en mis brazos.

―Nathan...

―No importa aquello que te asuste, yo lo ahuyentaré por ti.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora