Capítulo XXXIX

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A pesar de sentir un dolor agudo en el tobillo, lo ignora y corre apresurada hacia la casa. Entra por la puerta trasera creyendo que así nadie la vea, pero por desgracia se cruza con Sofía quien estaba a punto de salir por dicha puerta.

Al verla Sofía sonríe, pero eso es antes de ver el aspecto de la chica, desaliñada y llorosa.

―Dios mío, Kath ¿estás bien? ―preguntó Sofía preocupada. Ve que la chica tiembla y no es por frío, es otra cosa que ya ha visto antes. Con cautela la lleva hasta una silla en la cocina―. ¿Qué te ha pasado, criatura? ¿Es el pie? ¿Y ese aspecto? ¿De dónde vienes?

Sofía no quería hacerle tantas preguntas, pero se temía lo peor al ver a Kath tan alterada.

―Sofía, yo...

―¿Qué está pasando aquí?

La voz de Nathan hace que ambas se vuelven a verle de pie en el umbral de la puerta que da acceso al resto de la casa. El conde había ido se asomo al oír voces alterada de allí. Ve que Sofía se apresura a atender el pie de Kath, y él se sorprende al ver sus ropas medio rotas y su rostro sonrojado y alterado.

―¿Qué ha pasado que vienes así, Kath? ―él se acerca con un par de pasos largos y se arrodilla ante ella, sumamente preocupado. Ella no responde, solo llora y tiembla―. Acaso, ¿alguien te ha...?

Ella ladea la cabeza de un lado a otro, indicando que no ha pasado nada de eso, pero aún así no puede dejar de llorar y temblar de pies a cabeza.

―¿Estás segura, Kath? ―preguntó Sofía no del todo convencida.
Kath no habla, solo asiente. Evita en todo momento mirar a Nathan a la cara.

―Me duele el tobillo... ―es lo único que dice, en susurros.

Ni Sofía ni Nathan acaban de creer a la chica, y menos con ese silencio. Ya la conocía lo suficiente como para saber que ella ocultaba algo de lo ocurrido para que viniera con ese aspecto.

Lo que más molestó al conde fue la negativa de Kath al mirarle a los ojos; claramente no quería que viera algo que la avergonzada. Así pues no se lo piensa dos veces y la coge en sus brazos. Kath ante eso intentó bajarse pero él se lo impide agarrándola con fuerza contra su pecho.

―Sofía, lleva lo necesario para atender su tobillo a mis aposentos. ―ordena él.

La ama de llaves obedece haciendo una reverencia mientras ve a su amo llevándose a Kath a cuestas por la puerta de la cocina rumbo a su habitación.

De camino, Nathan pudo notar cómo Kath intentaba controlar el temblor de su cuerpo. Eso a él le entristeció, pero no cesó en abrazarla contra su pecho mientras subía las escaleras al primer piso. Pudo sentir que ella poco a poco se relajaba y los temblores disminuían también.

Al entrar en su habitación y dejar a Kath a los pies de la cama, ella ya había dejado de temblar, y eso a él le gusto; la había calmado como muchas veces antes. Ambos esperaron en silencio a que Sofía llegará con lo pedido. Una vez lo hizo se retiró de nuevo, dejándolos solos otra vez.

Sofía vio que Kath seguía callada y cabizbaja, pero que había dejado de temblar. Estaba claro que la atención del amo la relajaba, y eso la tranquilizó, en parte. Quería saber qué le había pasado en su paseo, pero tendría que esperar para averiguarlo.

Nathan no tardó en proceder a atender el tobillo de Kath, quien se quejó un poco por el dolor; el haber corrido no había ayudado a su recuperación. Ella vio que él estaba concentrado y serio.

―No es nada grave. Solo lo has forzado más de lo debido. ―dijo él tras examinarlo. Luego empezó a aplicarle el ungüento para bajar la inflamación―. Has corrido ¿no es así? ―Kath no respondió. Siguió con la cabeza baja, confirmando así sus sospechas―. ¿Por qué corrías? ―insistió él―. ¿Estabas huyendo de alguien?

―No ―respondió ella en susurro, sin mirarle a la cara―. Solo no quería llegar tarde a cenar.

Nathan la miró unos momentos. Vio que evitaba mirarle en todo momento; estaba claro que no quería contar algo crucial para saber qué le había pasado, y eso le frustraba mucho. Se concentró primero en atenderle el pie. Le dio un masaje y después le vendo de nuevo el tobillo.
Kath enseguida pudo sentir el alivio del dolor gracias al ungüento y al masaje del conde.

Él se puso en pie, pero no se alejó de ella.

―¿Sabes una cosa? ―preguntó él―. Odio que me mientas así, Katherine.

Al escuchar esa voz dura y enfadada alza la cabeza para mirarlo inquieta, y justo cuando hace eso él la tumba bruscamente en el centro de la cama para después subirse él encima de sus piernas juntas y sujetar sus manos por encima de su cabeza con una sola mano. Todo aquello en un momento.

La mirada penetrante y seria que le muestra la deja petrifica mientras él le desabrocha los pequeños botones del corpiño medio destrozado hasta dejar el pecho desnudo, a la vista de él.

Kath jadea nerviosa mientras ve cómo él se inclina sobre su pecho hasta rozar sus labios en su piel, haciéndola estremecer. Él la mira de reojo.

―Sea lo que sea que haya pasado... haré que lo sueltes todo ―juró él, entonces muerde ligeramente uno de sus pezones.

Al sentir aquello ella gime en voz alta, echando la cabeza atrás. A diferencia de Jon, los besos y caricias del amo Nathan eran siempre bien recibidas para ella. ¿Por qué era así? ¿Por qué le amaba?

―Amo... Nathan...

―¿Te gusta? ―murmuró él contra su pezón. Su aliento cálido era placentero.

―Sí...

―Pues dime quién te ha atacado para castigarlo ―dijo él. Se incorporó, soltó las manos de ella y se apoyó sobre sus manos contra el colchón, mirándola a los ojos―. ¿Quién te ha atacado, Kath? ―No era la primera vez que él la llamaba con su apodo. Le gustaba―. Cuéntamelo...

«¿Estás enamorada del Amo Nathan?»

«¿A eso te dedicas en realidad? ¿Te dedicas a abrirte de piernas para él y dejar que te folle como su puta privada?»

«¿Qué tiene él que yo no tenga? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Es eso lo que te pone cachonda? ¿Te ha prometido dinero a cambio de que folles con él? ¿Es eso lo que hacen las sirvientas? ¿Prostituirse con su amo sin rechistar?»

Las duras palabras que Jon le dijo le vinieron a la mente, torturándola junto con las imágenes y la sensación de sus manos sobre su cuerpo sin poder detenerlo. Igual que con el marqués y sus hombres. No creía ser capaz de perdonar a Jon por lo que había hecho, pero tampoco se veía capaz de decirle a Nathan que había sido él quien la había dejado en ese estado.

No sería capaz de mirar a Jon a la cara si al final guardaba silencio de lo ocurrido. Ella lo veía como un amigo hasta ahora, pero él quería ser algo más, lo había dejado perfectamente claro. Y también sabía lo que ella hacía en privado con el amo Nathan. Solo pensarlo le daba vergüenza.

Aun así sus palabras la hicieron pensar. En su vida como sirvienta nunca tuvo a un amo que la reclamará para servirlo sexualmente, como lo haría una amante. De quererlo, el amo podría tener una o ir a comprar los servicios de una prostituta.

En lugar de eso, el amo Nathan le pidió a ella que compartía cama con él, poniendo a prueba su afán de ser una Perfecta Sirvienta. Poco después todo se descontrol; su secuestro, su declaración... ahora ellos se amaban y llevaban una relación íntima como la de dos enamorados amantes.

¿Actuaba como una sirvienta hacia su amo? ¿O era otra cosa muy distinta?

Ya no estaba segura de nada. Y eso la asustaba.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora