Capítulo XLII

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Kath vio que él la miraba con tristeza, como si temiera que le diera una respuesta negativa.

Y no se equivocaba. Ella amaba a Nathan, de eso no tenía duda alguna. Pero desde pequeña siempre había querido ser una Perfecta Sirvienta como lo fue su madre, y su abuela que no llegó a conocer. Sabía que podría cumplir su objetivo, pero... ¿después qué?

¿Deseaba ser una condesa a pesar de no venir de un linaje noble como Nathan? ¿Estaría bien ese matrimonio? ¿Perjudicaría a Nathan el casarse con una simple sirvienta?

Su mente tenía miedo y dudas de todo tipo, y eso no la dejaba pensar con claridad.

―Yo... no sé que hacer, lo siento.

Nathan ve que realmente está confundida, y que esa confusión la hace sentirse culpable.

Entiende que pedirle una respuesta ahora es demasiado pronto, tendría que esperar.

Antes la ayudaría a cumplir su objetivo; ser una Perfecta Sirvienta. Como bien le había dicho; su afán por cumplir ese sueño le parecía fascinante.

Kath ve la sonrisa que Nathan tiene en la cara, cosa que la extraña por la respuesta que le ha dado. Antes de poder decir nada él la agarra por la nuca para acercarla y besarla con fervor. Ella no tarda en caer rendida y dejarse llevar de nuevo.

Mientras la besa, Nathan usa su mano libre para volver a excitarla entre sus piernas. Cuando ella nota la mano suelta un gemido de sorpresa dentro de su boca.

―Estas muy sensible hoy ―confiesa él complacido―. Solo yo puedo hacerlo, ¿verdad?

En respuesta ella gime a son de los dedos que la enloquecen en su vagina y pubis.

―Eso es ―susurró él en su oído―. Suéltate para mí.

Durante ese largo y eterno momento, Kath se olvidó de todo lo demás; de ser una Perfecta Sirvienta, de Jon... Solo vive el presente que su mente y su cuerpo acepta de buen grado.

Su cuerpo arde cada vez que estaba en manos de su amado conde dominante. Que alguien de su posición la amará era inverosímil, pero ella estaba feliz igual.

Por primera vez desde que empezó con aquel affair, Kath no ando con rodeos y le dejó claro a su amado que le gustaba aquello que le hacía. Y él complacido la llevó más allá en su despacho.

Un par de horas más tarde, Nathan contemplaba desde su escritorio como Kath terminaba de arreglarse el uniforme para salir a seguir con su trabajo. Él seguía con su camisa entreabierta y con un puro encendido en la mano, complacido del momento.

―Por cierto, ¿sabes si a Jon le pasa algo raro?

Kath lo miró en el acto, sorprendida de esa pregunta. Disimuló naturalidad.

―No que yo sepa. ¿Por qué?

―Me ha pedido unos días libre. De eso hace una semana. Es muy raro en él.

―Lo ignoró ―mintió ella. A su mente vuelve lo ocurrido en el almacén de trigo―. Tal vez... quería estar más tiempo con su hermana Esther ¿no crees?

Ambos sabían que la joven Esther había estado secuestrada por Josef más tiempo que ella. Un trauma así no era fácil de superar, y su hermano Jon había estado preocupado tanto durante el secuestro como en el rescate. No era descabellado pensar que quería pasar tiempo con su hermana.

―Tienes razón. Debe ser eso.

Kath suspiró aliviada. No quería que Nathan supiera de lo ocurrido con Jon. Sabía que eran amigos desde niños además de su hombre de confianza más leal y fiel. Solo faltaba que por un malentendido se pelearán.

―Bueno ―dijo Nathan, terminándose el puro y arreglándose las ropas― será mejor que siga con el papeleo.

―¿Todavía tiene trabajo que hacer? ―preguntó ella al oírle―. Siento si te he...

Él alzó la mano para que callara, y ella lo hizo en el acto.

―Nunca pidas perdón por hacerme disfrutar, Katerina ―Nathan sonrió seductor―. Cualquier momento es perfecto contigo a mi lado.

Kath sonríe halagada por sus palabras.

―Con su permiso, me retiro.

―¿Has visitado a Esther recientemente?

―Pues no. No he tenido ocasión siquiera de bajar al pueblo debido a mi tobillo.

―Jon me ha dicho que ha preguntado por ti. Deberías ir a verla.

A Kath esa noticia la sorprendió. Realmente deseaba verla, pero no quería molestar.

―¿Ella está mejor?

―Jon dice que sí ―respondió Nathan, viendo su preocupación―. Ve a verla hoy, si quieres.

―¿Cómo? ¿Ahora?

―Sí, adelante ―animó él levantándose de su silla―. Hoy es un día soleado. Y ya has terminado tus tareas de hoy ¿no? Nada te impide bajar a la ciudad e ir a verla a su casa.

A Kath no le sorprendió que su amo supiera de ese detalle por Sofía. En el fondo le gustaría ver a Esther, pero temía cruzarse con Jon a solas. Aún estaba enfadada con él por su comportamiento en el almacén, y esperaba que él estuviera mal por ello.

Pero no podía seguir resentida más tiempo. No tendría otra opción que verlo y hablarlo.

―¿Quieres que le comunique algo a Jon?

―Pues la verdad es que sí ―dijo Nathan―: El regreso inesperado de mi primo; El Barón de Logroño, William Ashford.

―¿Su primo?

―Sí ―él sonó de mal humor―. Hace unos días recibí una carta suya avisando de su llegada, pero conociéndolo seguro que llevará algunos días hospedandose en alguna posada de la ciudad.

―¿Y eso por qué? ―preguntó ella extrañada por aquello.

―Mi peculiar y odioso primo siempre ha sido así. Le gusta jugar. Y estar al acecho de mujeres.

Kath sintió un escalofrío cuando Nathan la miró fijamente y con seriedad.

―Si te cruzas con él en la ciudad, asegurate de estar en un sitio publico, y con gente.

Katherine quiso preguntarle, pero esa mirada seria y dura no le permitió hacerlo. Solo asintió.

―Entendido, amo.

Ella hace una reverencia y se retira. Al salir no puede evitar estar confundida por esa repentina advertencia. Tuvo claro por las palabras de Nathan que la relación con su primo no era demasiado buena, pero eso no era motivo suficiente para advertirla de esa forma.

Aún confundida se fue a su habitación donde se cambió el uniforme por un vestido floral cómodo y ligero a juego con unos zapatos bajos adecuado para caminatas largas. Una vez lista, salió de la mansión rumbo a la ciudad.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora