Capítulo LXXI

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A esa hora de la madrugada todo el mundo en la mansión ya se había retirado a dormir, o casi todos. Nathan aún estaba despierto, solo en su despacho incapaz de dormir. Estaba sentado en su sillón de espaldas al escritorio, con la mirada perdida en el paisaje que se apreciaba por el ventanal y con una copa de whisky casi terminado colgando de su mano.

En su mente solo había una cosa y era lo que le quitaba el sueño: la charla con el duque.


-Intuí que estaría usted aquí.

La voz del duque sorprendió a Nathan, que en algún momento se había quedado tan ensimismado mirando a Katherine que no oyó entrar al hombre. Giró la cabeza y lo vio caminando hasta el mueble-bar para servirse una copa de coñac antes de sentarse en una silla que había al otro lado de la cama, mirando con ternura y tristeza a su hija.

-No tiene porque quedarse aquí si su esposa lo necesita. Yo puedo vigilarla esta noche.

-Ella es mi hija -dijo el duque con voz dura-, y mi esposa entiende que quiera estar a su lado cuando despierte, como mi esposa querrían estarlo también.

Nathan no dijo más. Entendía a la pareja, él se sentía igual. De todos modos pensó que el duque no tenía porque hablarle así, pero dedujo cuál era el motivo de esa actitud agresiva, y no le sorprendió.

-No le gusta que este con su hija, ¿cierto?

El duque al oírle giró la cabeza hacia él. Vio la mirada directa y firme del conde, quien estaba claro que no pensaba dejarse intimidar por él por mucho título y poder que tuviera. Antes de hablar dejó la copa en la mesilla junto a la cama y solo entonces se centró en Nathan, mirándolo desde el otro lado de la cama, cara a cara.

-Dejémonos de sutilezas, ¿le parece? -propuso el hombre. Nathan asintió-. No. No me gusta en absoluto que este con mi hija, y mucho menos como han llevado su relación clandestina. Es deshonroso y descortés para una dama, ya sea una señorita o una sirvienta. Habrá caballeros que se dedican a tener amantes por doquier antes y después de casarse, pero yo no. Estoy en contra de ello si tienes a la mujer de tu vida a tu lado.

-Soy de la misma opinión, señor.

El duque se rió con cierta burla. -Tengo mis serias dudas respeto a su palabra, conde.

-No he hecho nada para merecer esa actitud de su parte.

-¿Ah no? -gruñó el duque antes de ponerse en pie enfadado-. ¿Dejarla en cinta si haberse casado con ella no le basta?

Nathan también se puso en pie. No quería tener esa discusión delante de Katherine pero quería zanjar esa situación si quiera un futuro con ella y su futuro hijo.

-Yo no sabía que estaba embarazada hasta que la rescatamos, señor. Y le había pedido matrimonio antes de su secuestro.

-Entienda usted que no le crea una sola palabra. No le conozco en absoluto.

-Pues es la pura verdad. Cuando Katherine despierte podrá confirma lo que digo.

-Ya veremos si mi hija le sigue el juego cuando despierte.

Nathan estaba empezando a cabrearse de verdad por la actitud y los insultos del duque, pero por Katherine no pensaba caer en la trampa de seguirle el juego. Mal le pesará, decidió retirarse por esa noche dejando a Kath al cuidado de su padre. Estaba a punto de tocar el picaporte cuando le escuchó:

-Hasta que mi hija este repuesta le pido que se mantenga alejado de ella, Conde Sullivan.

Esa petición para Nathan fue como un puñetazo en el estómago. Con los ojos abiertos como platos y volvió para mirar al duque, quien lo miraba directo y firme. No pensaba cambiar de idea en lo que a esa petición se refería.

-¿Por qué motivo? -preguntó Nathan-. Ella es la mujer que amo. Le pedí matrimonio, ella acepto y llega a mi hijo en su vientre. Tengo derecho a verla siempre que quiera y cuando ella desee.

-Ahora mismo ella esta inconsciente y no puede decidir nada. Yo soy su padre biológico, por tanto tengo potestad sobre ella hasta que se case. Hasta entonces, yo decido por ella.

-Ella ya tiene veinticinco años. No tiene poder sobre ella.

-Mientras este soltera y desvalida, sí. Ahora márchese.

Nathan apretó los puños enfurecido. Tenía deseos de golpear a ese hombre.

-Si de verdad ama a mi hija -dijo el duque de repente-, entonces la dejará marchar para que rehaga su vida lejos de aquí.

-¿Por qué querrías ella marcharse? ¡Ella me ama tanto como yo a ella!

-Para dejar de sufrir por todo lo que ha vivido desde que llegó. -dijo el duque, sonando dolido-. Ella ya a sufrido demasiado en esta ciudad debido a sus enemigos, señor Sullivan. Deje que venga con su familia, a su verdadero hogar, nos conozca, y si entonces ella aún quiere estar con usted... yo no me opondré.


Tras esas palabras Nathan fue incapaz de seguir en aquella habitación. Se marchó apresuradamente hasta su habitación. Sentía nauseas en la boca, pero no llegó a vomitar nada. Esa reacción era prueba de que el duque estaba en lo cierto.

Todo cuanto le había pasado a Katherine era por su culpa. Desde el día en que la salvo del Marqués en la ciudad en su primer día la había señalado como un blanco para hacerle sufrir, y desde entonces los ataques fueron más crueles y brutales para ella. Todo por estar a su servicio. Por su culpa. Al reconocerlo se puso a llorar cayendo de rodilla al suelo, sollozando de dolor y culpa.

Cuando ya no fue capaz de llorar más se fue a su despacho al ser incapaz de dormir. Y allí estuvo durante horas, ensimismado en su pesar y en el de Katherine. ¿Estaría en lo cierto el Duque? ¿Katherine estaría encantada de marcharse con su familia aunque lo amara a él y estuviera esperando un hijo de ambos? ¿Quería escapar de aquella ciudad que tanto dolor y sufrimiento le había causado? Él empezaba a temer que así era, y él no tenía ningún derecho a detenerla. Él quería que ella fuera feliz, aunque esa felicidad significara perderla para siempre. Esa certeza hacía que le doliera el pecho.

De repente alguien llamó a la puerta del despacho, sacándolo de sus pensamientos.

-¿Quién es?

-Amo, soy Sofía -dijo la voz de la ama de llaves-, ¿se encuentra bien?

-Sí -mintió él, sonando convincente-. ¿Ocurre algo?

-Vengo a decirle que Katherine a despertado al fin.

Esa noticia hizo que Nathan se levantara de un brinco de la butaca y fuera a paso apresurado a la puerta, pero se detuvo en seco antes de tocar el picaporte y abrir la puerta. Lo detuvo lo que le dijo el duque y la meditación que había tenido durante las últimas horas.

-¿La has visto? -preguntó él sin abrir la puerta-, ¿cómo se encuentra?

-Ella esta confundida, pero su madre ha intentando ponerla al tanto de lo ocurrido. -informó Sofía-. También pregunto por usted, amo. Ella desea verle.

Yo también deseo verte, pensó Nathan, cerrando los ojos y los puños con fuerza, aguantando las ganas de ir corriendo a verla y besarla como nunca en la vida deseo hacerlo con una mujer. Pero se contuvo. Debía mantenerse alejado de ella. No solo por la petición del duque, también por ella.

-Dile que iré a verla en cuanto pueda. Ahora tengo mucho trabajo atrasado que requieren mi atención. -dijo Nathan-. Asegurate de que este bien atendida, Sofía. Puedes marcharte.

Sofía, desde el otro lado, estaba extrañada por la actitud de su amo, pero fue a hacer lo mandado. Aún le había pasado a su amo, y pensaba averiguarlo como fuera.

La Perfecta Sirvienta (Perfectas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora